«Antiviral» Brandon Cronenberg (Sitges 2012)
Es cierto que en ocasiones las comparaciones pueden ser odiosas, pero no menos cierto es también que a veces resultan completamente inevitables. Es el caso de David y Brandon Cronenberg, padre e hijo respectivamente, pues ¿cómo evitar no pensar en las primeras películas del primero (especialmente en Stereo, Crimes of the future, Vinieron de dentro de…, o Rabia) mientras se contemplan las imágenes de Antiviral, la ópera prima del segundo, teniendo en cuenta que las similitudes entre ellas superan con amplitud la presencia de elementos que las diferencien?. Porque, no nos engañemos, en el caso de que Antiviral viniera dirigida por otro realizador, seguirían siendo una gran mayoría los que la considerarían descendencia cinematográfica directa del creador de todo un corpus fílmico que ha sido merecedor de ser etiquetado con la expresión, completamente asentada entre los cinéfilos y los críticos, de «cine de la nueva carne«.
Es precisamente ese etiquetado, esa adscripción incondicional a un universo creativo ajeno (por mucho que la transferencia se efectúe en este caso entre padre e hijo), el que me ha resultado tan profundamente molesto durante la proyección de Antiviral(película que, pese a todo, parece ser que ha sorprendido gratamente al público del Festival de Sitges), obra cuya puesta en escena se revela excesivamente autoconsciente y autocomplaciente, encorsetada en unos elementos visuales y conceptuales (que con el tiempo han devenido clichés) surgidos en su momento de la mente de un creador original capaz de aportar elementos nuevos al cine fantástico, un género que en aquel momento (los, para algunos, maravillosos años 70), estaba excesivamente anquilosado, y para el cual, no tan en el fondo, resultaban más trascendentales las innovadoras aportaciones de Cronenberg, Lynch, Weir o Tarkovsky, que las de un sinfín de películas de terror, reverenciadas continuamente desde entonces, y que, lo digo claramente, nunca han sido para tanto.
Lo peor del film de Brandon Cronenberg es que repite, casi cuarenta años después de aquellas primeras obras de su padre, toda una serie de defectos (de fondo, pero sobre todo de forma) que David fue corrigiendo progresivamente hasta alumbrar la que sería la primera obra verdaderamente notable de su filmografía, Cromosoma 3.
Antiviral carece de auténtica fluidez narrativa, y en ocasiones deviene incluso torpe en su puesta en escena (Ej: el joven realizador escoge posiciones de cámara, para filmar las repetidas ocasiones en las que el protagonista del relato, Syd March, se encuentra con sus compañeros de trabajo en una cola para comer, que dotan a los encuadres de un evidente acartonamiento, visual en primer lugar, pero que incluso se contagia a la labor de los propios actores), y Brandon Cronenberg estira excesivamente el metraje de un relato, hasta alcanzar casi las dos horas, que su padre jamás alargó más allá de la hora y media. A estos importantes defectos se suman la acumulación excesiva de encuadres que buscan la simetría visual; la creación de una atmósfera fría y distante, aséptica, en la que convergen la blancura de diversos elementos (de la fotografía, de los decorados, del vestuario), y que a estas alturas, y en si misma considerada, no tiene nada de original – pues todo ello ya resultaba mucho más perturbador en, por ejemplo, ese gran film que es De la vida de las marionetas (Aus dem Leben der Marionetten, 1980), de Ingmar Bergman -; la poco destacada labor de los interpretes – y, por favor, no confundir aquí la frialdad que exigen sus roles con la más pura inexpresividad de la que hacen gala, pues las primeras obras de David también pecaban de lo mismo, y el realizador, en cambio, corrigió sus errores primerizos en este sentido con su primer trabajo de dirección de actores verdaderamente destacable en Cromosoma 3-, y la nula tensión que desprende el film prácticamente durante todo el metraje, terminan pesando demasiado y se convierten en un auténtico lastre para una película que en todo momento anda con los pies atados.
Por supuesto, que la primera obra de Brandon Cronenberg me parezca casi exenta de interés (y utilizo el casi, porque sería injusto evitar mencionar, aunque sea de pasada, que existen en ella algunos planos atractivos) no implica que este no tenga derecho a mostrar flaquezas y titubeos en su puesta de largo cinematográfica. Por mi parte, solo espero que el realizador reaccione a tiempo y decida, sino dejar de lado el cine fantástico – pues lo más probable es que sus próximos films se decanten hacia este género -, si, por lo menos, el dejar de vivir cinematográficamente a la sombra de su padre.
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