Holy Motors, de Leos Carax (Sitges 2012)
El nuevo film de Leos Carax atesora una virtud que se ha echado realmente en falta durante la primera mitad del 45 Festival de Sitges, y esta no es otra que su brillante capacidad para sorprender continuamente al espectador, de resultar imprevisible durante todo su metraje. Esta capacidad para captar la atención del espectador está asociada, indudablemente, a la originalidad de la premisa (el protagonista de Holy Motors es un hombre, interpretado por el camaleónico actor francés Denis Lavant, que viaja en limusina y que cada vez que desciende del vehículo lo hace transformado en un personaje diferente), pero sobre todo al extraordinario talento que demuestra el realizador a la hora de plasmar en pantalla toda una serie de pequeñas historias que se expresan a si mismas gracias a elaboradas y sofisticadas ideas de puesta en escena. Realmente, Carax recupera en esta ocasión la gran creatividad que demostró más de dos décadas atrás con Mala sangre (Mauvais sang, 1986), su mejor película hasta la fecha, aunque todavía sea demasiado pronto para considerar a Holy Motors una obra a la altura de aquella. Solo el tiempo y los sucesivos visionados despejarán esta duda, porque, desde luego, esta es una cinta cuya riqueza conceptual exige una progresiva adaptación/asimilación por parte del espectador.
De momento, bastará con mencionar la extraña habilidad que demuestra Carax para efectuar alteraciones constantes, y a lo largo de casi dos horas, en el tono dramático de las diferentes historias, para mutar de piel casi sin solución de continuidad, gracias en parte a las sensacionales prestaciones interpretativas de un Lavant que bien podría ser todo un Lon Chaney del cine de nuestros tiempos, o por lo menos un interprete tan perturbador en sus transformaciones frente a la cámara como lo eran estas en las películas silentes del norteamericano.
Holy Motors es puro cine mudo en muchos instantes, tiene estética de cómic francés en muchos otros, parece cine social en otros tantos, y también una comedia rodada por un Jacques Tati del planeta Marte, un relato de ciencia-ficción, una parábola social de nuestro tiempos, un relato acerca de la confusión de identidades en el mundo moderno, una performance futurista que parece especular con las posibilidades que ofrecerá la tecnología para multiplicar las identidades del ser humano (convirtiéndose este en un ser de fantasía, por ejemplo), o para experimentar las relaciones sexuales de un modo inesperado, o un drama familiar… y también parece ser un mero simulacro de todo ello, pues Carax, gamberro irreverente, parece reírse en todo momento de las expectativas demasiado relajadas, demasiado acomodadas, que tiene el espectador de cine actual (ej: Lavant, transformado en un convencional padre de familia, regresa a su casa, esperando reencontrarse con su esposa e hijos, pero al entrar en su hogar el espectador descubrirá estupefacto, en uno de mis momentos favoritos del film, que estos, en realidad, son unos simios), el cual quizás haya perdido cierta capacidad para dejarse seducir y sorprender, sana y desprejuiciadamente, con las infinitas y lúdicas posibilidades que todavía oculta el séptimo arte, las cuales aguardan a ser exploradas como es debido por los cineastas más inquietos de nuestro tiempo.
Film divertido, triste, violento, inquietante, y muchas otras cosas, pero sobre todo imaginativo, las diferentes capas que amagan la auténtica naturaleza de Holy Motors están destinadas a ser separadas, desmenuzadas, analizadas, por multitud de textos en los próximos días, meses o años, pero por suerte para nosotros, y para Carax, su quintaesencia difícilmente podrá ser imitada, pues nos encontramos ante otros de esos raros films únicos que aparecen de vez en cuando en el marco del Festival de Sitges: The Turin Horse (2011), del húngaro Béla Tarr, el año pasado, o Independencia (2009), del filipino Raya Martín, hace ya cuatro. Sin duda alguna, una de las revelaciones de esta edición del festival, y en mi opinión, si tiene lugar alguna más en lo días que restan para dar por concluido el mismo, está vendrá cogida de la mano de David Cronenberg o de Alain Resnais.