Invasor, Sinister o The Thompsons en el 8º día de festival -Cobertura Especial Sitges 2012-

Octavo día ya de festival, y con el, llegan títulos como la cinta española «Invasor» de Daniel Calparsoro, un thriller de conspiraciones interpretado por Alberto Amman y Antonio de la Torre. De vuelta al fantástico, podremos ver «Sinister» una película de oscuros secretos y cintas reveladoras de un macabro pasado, dirigida por Scott Derrickson e interpretada por Ethan Hawke. «Wolf Children» pondrá la nota de animación al día de hoy. Una historia tierna y emotiva del imaginario japonés, dirigida por Mamoru Hosoda. La comedia más surrealista estará presente en la cinta interpretada por Simon Pegg, «A Fantastic Fear of Everything«, un delirio tras otro, nos espera en ésta cinta dirigida a dos manos por Crispian Mills y Chris Hopewell. Una de las maratones de hoy, será la compuesta por el giallo argentino «La memoria del Muerto» de Valentín Javier Diment, la cinta de infectados y experimetos fallidos «13 Eerie» de Lowell Dean, y el regreso de la familia vampírica de The Butcher Brothers «The Thompsons». Otros títulos destacables son «Pietá» del inincansable Kim Ki-duk, o la tailandesa «Mekong Hotel» de Apichatpong Weerasethakul. Una jornada de fuertes emociones.

COBERTURA DEL OCTAVO DÍA DE FESTIVAL

«Pieta» (Kim Ki-duk, 2012) por Oscar Navales

Kim Ki-duk ha rodado un total de 18 películas en tan solo 16 años de carrera: un excelente ritmo de trabajo que, incomprensiblemente, no ha permitido al cineasta alcanzar algo parecido a la madurez creativa. Porque el cine del coreano lleva exactamente ese tiempo, 18 años, siendo exageradamente igual a si mismo, prácticamente inamovible en sus planteamientos narrativos y estéticos. Si algo certifican las imágenes de Pieta es precisamente el estancamiento creativo de un artista que se muerde la cola constantemente con cada nuevo film que alumbra. La isla (Seom, 2000) y Hierro 3(Bin-jip, 2004), siguen pareciéndome sus dos obras más atractivas, sin ser en absoluto obras maestras, y me sugieren la presencia tras las cámaras de alguien con una imaginación y una poética propias, intransferible.  Y eso es bueno, aunque no suficiente, porque lo cierto es que, mayormente, las películas de Ki-duk funcionan mucho mejor en el circuito de festivales que en su estreno comercial en salas y, quizá por ello, el cineasta ha devenido un artista excesivamente pagado de sí mismo.

Porque en Pietase le ve descaradamente el plumero. En este relato centrado en un desalmado tipo, Lee Kang-do, que trabaja como cobrador de deudas – y como mutilador de cualquiera que no pueda pagarlas – que, llegado un buen día, se tropieza con una mujer que dice ser su madre, a la que nunca conoció,  y la cual se empeñará en redimir la existencia de un hijo al que nunca dio afecto o amor, Ki-duk despliega todo su característico muestrario de personajes al límite, violencia contundente, imágenes con pretensiones poéticas, y un guión construido transparentemente, secuencia a secuencia y de forma excesivamente obvia, para funcionar como parábola moral. Si todo ello podrá gustar más o menos, dependiendo de los intereses de cada espectador, lo que ya no debería ser contemplado a estas alturas bajo un prisma tan subjetivo es la labor de puesta en escena visual de ese material por parte del realizador.

Una labor que, en esta ocasión todavía más que en sus anteriores películas, resulta a todas luces insuficiente para alguien con tanta experiencia acumulada: Ki-duk parece recurrir por defecto, durante toda la película, a una planificación de indudable eficacia narrativa, pero extraordinariamente monótona en su factura, y de una arquitectura visual, generalmente, muy pedestre y desaliñada. El uso en ocasiones de unos feísimos zooms que no vienen a cuento, o de una cámara en mano muy torpe, se convierten en otros importantes lastres que, sumados a un trabajo con la edición de imagen y sonido de una simpleza – que no sencillez – un tanto vergonzosa, terminan por dejar por los suelos este film que, si algo demuestra con claridad, como decía líneas arriba, es el estancamiento creativo de su artífice: la fórmula Ki-duk está caduca, y, o mucho me equivoco, o al cineasta ya solo le queda reinventarse en sus próximas obras o dejarse morir lentamente.

«Mekong Hotel» (Apichatpong Weerasethakul, 2012) por Oscar Navales

No soy la persona más indicada para escribir acerca del cine de Apichatpong Weerasethakul, lo reconozco. Después de haber visto sus reconocidas – por algunos críticos – Tropical Malady (Sud pralad, 2004) y Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Loong Boonmee raleuk chat, 2010), y ahora este Mekong Hoteldestinado a pasar mucho más desapercibido, ya no me pueden quedar dudas al respecto: el cine del tailandés no me gusta, no encuentro en él ningún motivo de regocijo (más allá de alguna imagen suelta), y en general no satisface ni a mi sensibilidad como espectador ni a mi intelecto, y aunque el problema tiendo a achacarlo antes al nulo interés cinematográfico que creo se esconde en sus propuestas que a mi sensibilidad personal, lo cierto es que no me extrañaría darme cuenta en algún momento futuro de que en realidad el problema reside en mi: ya no puedo ser mínimamente objetivo al respecto.

Tanto si las imágenes de este film navegan entre la realidad y la ficción, como si por momentos el cineasta coquetea con el fantástico, pues en algunos instantes aparecen vampiros (o fantasmas), el resultado final me deja tan frío y indiferente que apenas veo necesario descifrar el posible sentido que puedan tener las imágenes de Mekong Hotel, y eso que creo haber entendido mayormente la configuración visual de la obra, su razón de ser, y pese a todo el conjunto me sigue pareciendo tan endeble, vacío y estéril, que pretender darle al mismo más importancia de la que tiene – es decir, ninguna – todavía acabaría jugando a su favor, a favor de Apichatpong.

 

 «Sinister» (Scott Derrickson, 2012) por Sergio Morcillo

Miles son las películas que trascurren en una casa perfecta, con una familia perfecta y que se torna convirtiéndose en una pesadilla. Pues “Sinister” repite esta formula hasta la saciedad.

Scott Derrickson, director de la notable “el Exorcismo de Emily Rose”. Se adentra en el mundo de los espectros donde cuenta la historia de un periodista, junto a su familia, viaja por todo el país. Su deseo, como especialista en investigación de crímenes, es encontrar una historia que pueda convertir en un nuevo libro de éxito. Su objetivo lo lleva a una casa, escenario de la masacre de toda una familia. Aparentemente, no es un caso fuera de lo normal, pero todo cambia cuando encuentra una cinta donde se revelan terribles pistas que causaron la tragedia original.

La cinta (y nunca mejor dicho), arranca genial. Tiene aspecto de que será un acojone soberanamente brutal. Sin embargo, a medida que avanza la película, se convierte en un producto más a la altura de la actual y floja “The posesiónOle Bornedal”. (Leer crítica completa…)

«Wolf Children» Mamoru Hosoda, 2012) por Oscar Navales

No he visto ni La chica que saltaba a través del tiempo (Toki o kakeru shôjo, 2006) ni tampoco Summer Wars (Samâ uôzu, 2009), los dos trabajos anteriores de Mamoru Hosoda – también los más famosos -, pero el último de ellos, Wolf Children, me ha causado una buena impresión, pues en reglas generales se trata de un interesante film de animación. Este cuento fantástico narra la historia de dos niños, los Yuki y Ame del título original en japonés, hijos de un hombre lobo y de una humana, que a la muerte del padre serán cuidados por la madre hasta que ambos alcancen una edad lo suficientemente adulta como para poder decidir por sí mismos si prefieren continuar viviendo como humanos o como lobos.

Lo mejor de este punto de partida es que Hosoda se ríe, y no poco, de las convenciones más acusadas de los films con licántropos, los cuales siempre (o casi siempre) han aparecido asociados al cine de horror. Para empezar, la primera transformación que veremos en el film, la del padre de los pequeños protagonistas, resulta sencilla, bella y poética, completamente alejada de la viscosidad, violencia y turbación que acompaña a estos momentos en obras como En compañía de lobos (The Company of Wolves, 1984), de Neil Jordan, o Un hombre lobo americano en Londres (An American Werewolf in London, 1981), de John Landis, por poner tan solo dos ejemplos muy conocidos de este subgénero. A continuación, la madre de los niños, al serle desvelada la auténtica naturaleza de su amado, lejos de sentirse horrorizada, se deja besar y hacer el amor por este con la mayor naturalidad, justo después de haberse operado ante ella una transformación completa, en una relación carnal que en cualquier película de imagen real sería catalogada fácilmente como zoofílica…

Por supuesto, el film de Mamoru Hosoda nunca sobrepasa determinadas fronteras morales, pues al fin y al cabo Wolf Children es un relato que narra el tránsito de dos niños de la infancia a la madurez, y que puede ser disfrutado por pequeños y adultos a partes prácticamente iguales.

De apariencia amable, pero con un espíritu por momentos ciertamente transgresor (sirvan los ejemplos arriba mencionados), Wolf Children es un anime de apariencia visual más sencilla, y de tono narrativo también más blando, que la mayor parte de obras del gran Hayao Miyazaki, a las que no logra igualar en resultados artísticos. El film tiene, como por lo demás tantas películas en la actualidad, una duración algo excesiva para el sencillo relato que lo sustenta. Una media hora menos de metraje no le hubiera venido nada mal, porque aunque Mamoru Hosoda mantiene en todo momento la calidad visual de su obra, lo cierto es que pasada la primera hora de metraje, que es también la más sorprendente y divertida, el relato tiende un poco a la dispersión. De todas formas, Wolf Children es un film recomendable, y sus resultados artísticos quedan por encima de no pocas películas vistas en esta edición del Festival de Sitges. Como curiosidad recordar que ahora hace exactamente un año se proyectaba en el mismo Sitges otro anime, el notable A Letter to Momo (Momo e no tegami, 2011), de Hiroyuki Okiura, que a estas alturas todavía no ha sido estrenado en nuestro país en salas comerciales ni tampoco en formatos domésticos. Una verdadera pena, pues Wolf Children, probablemente, no lo tendrá mucho más fácil.

«30 de terror» (Paco Ruiz, 2011) por Daniel Espinosa

Una buena alternativa a la clásica película (normalmente de excesiva duración) es el documental sustentado en un hecho lo suficientemente importante como para interesar al público; es indudablemente el caso de 30 de terror, un personal, profundo y sentimental mediometraje de apenas treinta minutos de duración (escasa durabilidad aprovechada al máximo) dedicados a la revisita de las treinta décadas de historia del Festival de Cine de Terror de Molins de Rei, certamen que se centra exclusivamente en el género de terror (el fantástico, de acción y demás tienen cabida en forma de relatos o pequeñas obras, pero el maratón en el que se traduce el festival abarca exclusivamente películas de dicha índole).

El reportaje demuestra que la velada ha tenido que ir adaptándose continuamente desde su creación debido a los cambios políticos, salariales y generacionales, forzosa evolución que plasma a la perfección Paco Ruiz en la obra en cuestión, a través de la cual el espectador se percatará de los inconvenientes (ocultos y aparentemente inexistentes desde una visión exterior al evento) con los que la organización del festival ha ido lidiando, solventándolos de la mejor manera posible en relación a los medios de los que disponía hasta dar con la tecla para componer una sinfonía que agrada tanto a crítica como a público a pesar de estar compuesta por cintas ya estrenadas comercialmente y de popular obtención (es decir, no se trata de exclusividades sino de rarezas hallables en establecimientos especializados).

A lo largo de los años, el certamen se ha visto obligado a reducir la duración del popular y característico maratón, pasando de 18 horas en su creación a 12 horas en la actualidad, estándar que parece haber encajado mejor tanto entre los adeptos como en los recién iniciados (cambio especialmente conveniente en cuanto a gastos se refiere, ya que éste se traduce en un ahorro de aproximadamente el 30% del desembolso total) y que, unido a los espectáculos físicos que proporciona la organización entre proyecciones, hacen de éste una cita imperdible para cualquier amante del séptimo arte.

Además de las admirables características de la convocatoria anual, las cintas sorpresa que en cada temporada se seleccionan  suelen ser clásicos de culto, obras de indiscutible calidad y perdida honra que bien merecen ser visionadas nuevamente tanto por los responsables de las mismas como por los actores que en ellas aparecen y los correspondientes directores, en su inmensa mayoría olvidados por completo.

El caso explciado se corresponde por ejemplo con el del autor de la imperdible ¿Quién puede matar a un niño?, Narciso Ibáñez Serrador, que tres años atrás recogió con enorme orgullo el premio honorífico que se ofrece en cada edición a un director de merecedor de él vinculado con el género de terror, el cual aparece en el documental y emociona a la par que entristece al comprobar que sigue conservando el sentido del humor a pesar de no ser apreciado apenas por nadie en la actualidad ni haber sido reconocido como debiera en su ya lejana época de máximo rendimiento profesional, singular caso que lamentablemente se da en muchas otras personalidades).

«La Cueva» (Alfredo Montero, 2012) por Ramón Ruestes

Un grupo de excursionistas decide visitar una cueva, pero de la forma más inesperada, tras olvidar el camino de vuelta a la entrada, acaban atrapados en un laberinto mortal de grutas y oscuridad. Pronto, el agotamiento, la deshidratación y el hambre los enfrentará a unos contra otros. Especialmente, el hambre.

Somos testigos de esta intensa aventura a través de los ojos de una cámara al hombro. En efecto, nos encontramos ante otro producto que sigue la larga estela del acertadísimo ejercicio de terror puro y descarnado de esa estupenda [Rec] (2007) de Jaume Balagueró y Paco Plaza. Quien se atreve ahora con esa fórmula conocida como “found-footage”, tras debutar con el drama “Niñ@s”, es el balear Alfredo Montero. Y parece que habiendo tomado muchos apuntes de aquellas exitosas (y transgresoras algunas) películas del mismo estilo, como Holocausto caníbal (1980) de Ruggero Deodato, El proyecto de la bruja de Blair (1999)de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez y la ya mencionada obra de Balagueró y Plaza. (Leer crítica completa…)

Alberto Amman, actor de «Invasor»

Making of del octavo día de festival

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Más sobre el octavo día de festival proximamente…

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