Repasando estandartes de Marvel Studios (I)

Cine de género para todos. Mainstream yankee. Evasión palomitera. Las descripciones no terminan cuando de hablar de cine superheroico se trata. Tampoco los vituperios. Que si el guión está atado al cliché, que si va falto de hondura, que si peca de simplón y parece escrito con el paradigma de Syd Field como plantilla… Pocos valoran las adaptaciones de cómic por lo que son: productos fieles a lo que adaptan, al espíritu cartoon que evocan desde la nostalgia. Cine hedonista, casado con el entretenimiento familiar y alérgico a las pretensiones realistas que sí manifiesta, por otra parte, la nada desdeñable trilogía en proceso sobre Batman (Nolan, 2005-12).

Hablamos de lo que nace en la corporación cinematográfica Marvel Studios: el doblete “Iron Man” (Favreau, 2008-10), El increible Hulk (Leterrier, 2008), Thor (Brannagh, 2011) y Capitán America (Johnston, 2010); un cuarteto de superhéroes que conviene sacar de nuevo a la palestra a raíz de la llegada a cartelera del aclamado film que los reúne a todos: Los vengadores (Whedon, 2012). ¿Pero qué tienen de bueno las cuatro películas precedentes? ¿Qué ofrecen estos fascículos a parte de allanar la pista para que aterrice el gran estreno común?

“Pole position”

El cine de la Marvel empezó el milenio destapando músculo con la empalagosa trilogía de Spiderman (Sam Raimi, 2002-07), la muy impersonal Daredevil (Mark Steven Johnson, 2003) y la hedonista Los 4 fantásticos (Tim Story, 2005), que aburrió, pero también sedujo algunos los fans, como Jesús Palacios, y nos dejó clara la naturaleza atractiva y limitada que suelen tener los cómics de Marvel y DC. Todas ellas, buenas adaptaciones de la viñeta a la pantalla, sólo fueron superadas por las dos películas de “Iron Man” dirigidas por el nada autoral Jon Favreau, un artesano que ha ganado muchos puntos gracias a estos dos entretenidos taquillazos.

El primero es una divertida y apabullante cinta que es al cine lo mismo que la buena noticia al periodismo: una respuesta clara y directa a las “6 W” (what, when, who, where & why), ese concepto automatizado por todo comunicador que se precie y conmemorado en la colección de cuentos Just so stories (Rudyard Kipling, 1902). En otras palabras, Iron Man (2008) recoge el background del superhéroe, nos revela todo lo que necesitamos saber sobre él y su doble vida. Se llama Tony Stark y es un empresario rico, chulo, cínico y mujeriego (como un Cristiano Ronaldo en versión americana), a quien todo le va de maravilla hasta que un día es secuestrado en Afganistán e inventa –a contrarreloj y con la muerte en los talones– la mayor arma de combate del mundo: una escafandra bélica que perfeccionará hasta transformarse en superhéroe.

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Añadámosle a esto varias set pieces de acción dignas de aplauso, un Robert Downey Jr. que chorrea carisma en la piel de Stark, que hace saltar chispas cuando dialoga con su secretaria (Gwyneth Paltrow) y también a Jeff Bridges, pletórico en su interpretación de un empresario traicionero con reminiscencias de Hamlet (Shakespeare, 1605), que le copia el juguete armado al protagonista y quiere matarlo. Ojo, que hay algo de esbozada ironía política en ese conflicto entre ultra-capitalistas dándose leñazos. Pero no será hasta Iron Man 2 (2010) cuando estalle la verdadera bomba de dobles sentidos. En ésta, conocida ya la vida y obra de Stark, el ricachón deberá hacer frente a las presiones del gobierno y del encorbatado Justin Hammer (Sam Rockwell encarnando a otro firme creyente en el sistema de Adam Smith, que también quiere apoderarse de su invento) y a un loco ruso llamado Ivan Vanko (Mickey Rourke, de nuevo al servicio del tormento y la oscuridad), que ha descubierto el secreto de los superpoderes de Stark y los utiliza para atacarlo. Por suerte para el narcisista, contará con la ayuda e inspección de una espía rusa y agente de SHIELD: Natasha Romanoff (una Scarlett Johansson peligrosa teñida de granate que es experta en artes marciales y lleva licra apretada), intrigante personaje secundario que bien merece un spin-off.

Lo más interesante de este film –y el porqué de su superioridad respecto al primero– radica en dos cosas: la ácida crítica gubernamental que dispara al inicio, con Stark riéndose de los líderes de su país dispuestos a confiscarle su armadura para uso militar, y la creación de dos villanos brillantes y profundos. Iron Man 2 es más de lo que parece. Es epidérmica en apariencia. No hay más que recoger lo expuesto por los bloggers Alvy Singer y Thehardmenpath para darse cuenta de que el triángulo de tensiones entre prota y antagonistas (Tony Stark, Justin Hammer e Ivan Vanko) es, por extraño que parezca, comparable al de Steve Jobs, Bill Gates y la URSS. Los dos primeros son capitanes de grandes corporaciones norteamericanas, rostros de una marca (dígase Apple o Microsoft) que fluye por el mundo capitalista y se somete a continuos conflictos competitivos, al igual que Stark (empresario y defensor de su marca antes que superhéroe bondadoso) y Hammer (la competencia que quiere acabar con el protagonista en términos económicos). Este villano trajeado no quiere matarlo, sino arrebatarle su preciado producto, superar sus éxitos comerciales. Hammer quiere arruinarlo respetando las normas del sistema occidental en el que está inmerso.

Howard Stark y Walt Disney, dos ambiciosos mega-empresarios

Por el contrario, Vanko personifica el fuego fatuo que expide la tumba de la URSS, es el hijo resentido y atormentado de una potencia que ya no existe, que se derrumbó a la sombra del capitalismo. Vanko es la anarquía hecha carne, el villano que reclama sangre y venganza y sitúa a Stark, como buen capitalista que es, en el punto de mira. Quiere asesinarlo. Incluso los momentos puntuales donde vemos o se habla del padre del protagonista (Howard Stark) están bañados por la ironía política. En dichas secuencias aparece el vídeo de un hombre con traje y bigote (muy parecido a otro mega-empresario: Walt Disney) cuyo trabajo más importante es la maqueta de una “ciudad ideal” (calcada al proyecto EPCOM en el que trabajó Disney hasta su muerte). Se puede ver dicha comparación en las fotos de arriba.

¿Pero a qué viene tanta analogía? ¿Adónde quiere llegar el director del film? Puede que no pretendiese dar toda esa profundidad. O puede que sí y que esté hablando de una realidad de opuestos a partir de personajes simbólicos. Sea como fuere, ni la carencia de personalidad de Iron Man 2 ni su convencional guión son inconvenientes de peso para tachar de mala esta genial comedia de acción que entretiene a base de efectos digitales, humor crítico y despunta por haber refrescado el subgénero de superhéroes gracias a su visión novedosa respecto a la viñeta (obra del prolífico Stan Lee); motivo suficiente para desmentir completamente eso de que el cine de superhéroes sólo lo disfrutan yogurines con acné.

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