Repasando estandartes de Marvel Studios (II)

Hay que reconocerlo. Su nombre tiene gancho. Es lacónico, sonoro e incita a la pronunciación dramática. Él es uno de los superhéroes de Marvel más veces adaptado a la pequeña pantalla. Digámoslo ya. Hulk –ese monstruo verdoso en el que se convierte un científico irradiado cuando se enfada– ha pisado hondo en la memoria colectiva. Su mastodóntica huella no se borrará fácilmente.

Lo fundaron Stan Lee y Jack Kirby en 1962, en pleno auge de la cultura pop. Cuatro años más tarde, con los cómics circulando ya entre sudorosas manos adolescentes, empezó su popularización a gran escala. Hulk dio lugar a unos dibujos animados de título homónimo y a numerosas series que, durante décadas, protagonizó el culturista estadounidense Lou Ferrigno, hasta que en 2003 se encendió la bombilla lucrativa de Universal Pictures, que decidió trasladar al cine toda esa acción mutante explotada únicamente en televisión.

El resultado fue una superproducción magnífica, titulada como la bestia, que no convenció al gran público. Ang Lee, autor del proyecto, nos explica “cómo empezó todo”, cómo el científico estadounidense Bruce Banner se ofrece como conejilla de indias para ser irradiado con rayos gamma, pero algo sale mal y se convierte en el ser más raro y buscado del planeta. Lee nos lo cuenta utilizando apabullantes efectos especiales, una puesta en escena atrevidísima –que juega mucho con la fragmentación de pantalla para emular la forma de las viñetas del cómic– y una caracterización novedosa de personajes, que ahonda en sus respectivas psicologías. Bruce Banner (regular Eric Bana) es un joven marcado por una infancia difícil y un padre lunático y cruel (Nick Nolte en estado de gracia) que, después de ver en qué se ha convertido su hijo, quiere lo mismo que el ejército: apoderarse de su lado salvaje y extraordinario.

Al poco tiempo, Marvel Studios impulsó una nueva versión del monstruo: El increíble Hulk (Leterrier, 2008). Fue menos taquillera que la anterior, menos gratificante para la crítica, pero más para el gran público, pues daba lo que éste suele pedir: pan y circo, ritmo trepidante, acción sin frenos, nula poesía. La película, que no es más que un piscolabis anterior a ese festín llamado Los vengadores (Whedon, 2012), volvió a contar con un reparto de estrellas. El macizo Eric Bana fue sustituido por un Edward Norton menos corpulento y de mirada cándida (más fiel al cómic), que resulta idóneo para encarnar a Banner. También participó Liv Tyler en la piel de Betty (la amada de Hulk), William Hurt interpretó a su autoritario padre (el General Ross) y Tim Roth al super-soldado Emil Blonsky, que se ha ofrecido voluntario para recibir la misma radiación que Hulk y pararle así los pies (el único actor, a parte de Norton, que aporta algo de carisma y misterio a su personaje).

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¿Pero de qué trata verdaderamente esta historia? Pues viene a ser algo así como la versión fantástica e hipertrofiada de El caso Bourne (Liman, 2002). Me explico: Banner no es un espía ni sufre de amnesia, como Bourne, pero ambos se parecen mucho sobre el papel. Son personajes con habilidades especiales y un pasado oscuro, siempre moviéndose a contrarreloj y tan capaces de proteger a sus aliados como de destruir a sus perseguidores.

Y al igual que Bourne y su chica, Banner y Betty son una pareja que nunca podrá estar unida. Ambos integran una historia de amores imposibles y parecen asumir los roles de Bestia y Bella, de monstruo apocalíptico y ángel redentor, en la línea de la tierna relación entre King Kong y Ann. Ilustran claramente esta idea aquellas secuencias donde Hulk actúa por amor y nos manifiesta su lado más humano y heroico, como ese momento en que el monstruo salva la vida de Betty en medio de un campus universitario que se ha convertido en zona de guerra debido a los ataques capitaneados por el General Ross.

Bruce Banner (Bill Bixby) transmutándose en Hulk (Lou Ferrigno), una secuencia mítica de la serie “El increíble Hulk” (Kenneth Johnson, 1978)

Volviendo a Bourne, si prestamos atención a las secuencias de acción y, más concretamente, a la que abre el film, nos daremos cuenta de que esa trepidante persecución inicial en un barrio de favelas de Brasil, cuando el ejército norteamericano le está pisando los talones a Banner, es en cierto modo deudora del nuevo cine comercial de espías protagonizado por Matt Damon. Y es aquí y sólo aquí donde la película gana puntos. Apenas hay profundidad y desarrollo en la trama amorosa Banner-Betty. Apenas se ahonda en los problemas psicológicos del protagonista a raíz de sus peligrosas transformaciones. Sólo en cómo trata de evitarlas. Abundan, en cambio, adrenalina, pirotecnia y calidad de efectos. Encontramos también algunos guiños humorísticos al universo hulkiano, como el instante en que Betty le enseña a Bruce unos pantalones anchos y fucsia que ha comprado para que su amado no se quede en pelotas cuando se enfade y aumente de volumen; o los breves cameos de Lou Ferrigno y Stan Lee.

Hay, sin embargo, poco de encomiable en esta película de trama simplísima, característica del material que adapta, pero con infinitos caminos por explorar. Ang Lee se arriesgó, tomó uno de esos caminos, ofreció un blockbuster extraño, distinto, que ahondaba en la mentalidad de sus personajes. Y triunfó. A Leterrier le quedaban caminos por escoger, dimensiones originales por abordar (como la analogía Banner-Hulk / Jekyll-Hyde u otra más bien trascendental en la que Hulk tuviera reminiscencias del Goliat bíblico, para poner ejemplos atrevidos). Sin embargo, el director de Transporter (2002) ha optado por lo fácil. Ha tomado el bulevar de siempre. Su producto mola, pero está realizado en piloto automático… como casi todas sus películas.

 

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