A Letter to Momo (2011)
El relato da inicio cuando Momo y su madre abandonan Tokyo y se trasladan a vivir a la isla japonesa de Shio, y en sus primeros compases predominan los acontecimientos costumbristas y la descripción realista – y de una serenidad muy japonesa – del entorno en el que se va a desarrollar el resto de la historia. El tempo narrativo, el tono dramático, y la precisión de las composiciones visuales escogidas por Okiura durante este fragmento, recuerdan en cierto modo a las imágenes más características del cine de Yasujiro Ozu, Mikio Naruse o Akira Kurosawa, aquellas que describen el fluir y la armonía de la vida – sin pasar por alto la presencia de la muerte – de una determinada comunidad. Es a partir del encuentro de Momo con tres diablillos, Mame, Iwa y Kawa, que logran escapar de su encierro milenario gracias a una acción de la joven, cuando A Letter to Momo entra de pleno en el universo más reconocible de films como El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) o El castillo ambulante (Hauru no ugoku shiro, 2004).
Quizá el único pero que se pueda poner al film se encuentre en la demasiado alargada, frenética e hipertrofiada carrera que tiene lugar hacia el final del relato, aunque esté muy en consonancia con el vértigo narrativo presente en los clímax dramáticos de clásicos del anime como La princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997) y Akira (Katsuhiro Otomo, 1988).
El elaborado y muy detallista acabado visual del film, y un exquisito trabajo con el color, consecuencia de 7 largos años de desarrollo, consiguen que A Letter to Momo sea muy probablemente la mejor cinta animada de este 2011 que ya acaba, logrando plantar cara con su extraordinaria animación tradicional a los mejores exponentes actuales de la animación digital.
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