Alicia en el país de las Maravillas (2010)
Que más tarde o más temprano Tim Burton tropezaría con el país de las maravillas era un probabilidad que todos los interesados por su cine contemplábamos con interés desde los inicios de su carrera, pues no pocos de los personajes que creó Lewis Carroll para las dos aventuras de Alicia se ajustan a la perfección al cine de Burton. El esperado encuentro entre ambos alucinados universos llega en un momento algo particular de la filmografía del realizador: desde el año 2001, en el que rueda un olvidable remake de «El planeta de los simios», hasta su (poco musical) versión de «Sweeney Todd, 2007» algo ha cambiado en el cine de Burton. Las apariencias permiten creer que es un realizador que continúa gozando de una libertad creativa bastante amplia, pero lo cierto es que su cine parece estar cayendo en los últimos años en una cierta mecanicidad narrativa y, lo que es peor, deja traslucir que el realizador parece haber asumido que la mejor manera de sobrevivir en el cine comercial actual es recurriendo al más puro y simple espectáculo visual. Tanto «Charlie y la fábrica de chocolate» como «Sweeney Todd», y ahora «Alicia en el país de las maravillas», se deben en gran parte a la presencia del actor Johnny Depp, sin el cual uno no está muy seguro de que estos films se hubieran podido llevar a cabo con el derroche de medios del que hacen gala actualmente, pero los tres films, filmados con posterioridad a la aparición del actor en la primera entrega de «Piratas del Caribe, 2003», parecen confeccionados, en cierto modo, como prolongaciones de su labor como Jack Sparrow en aquel extraordinariamente exitoso pero muy mediocre film de aventuras. Estoy lejos de despreciar la labor del actor en sus colaboraciones con Burton, pero considero que las pretensiones de ambos en films como «Eduardo Manostijeras» (Edward Scissorhands, 1990), «Ed Wood» (ídem, 1994) y «Sleepy Hollow» (ídem, 1999) eran más artísticas y honestas que las de los últimos films del realizador, que parecen confeccionados antes para lograr un buen rendimiento en taquilla y para cultivar el éxito popular alcanzado por el actor, que para alcanzar unos resultados más consistentes y atractivos.
«Charley y la fábrica de chocolate» era un film visualmente muy espectacular pero exageradamente monótono en su estructura narrativa; «Sweeney Todd» tampoco carecía de atractivo visual, pero además de reincidir en la narrativa mecánica del anterior, devenía un musical muy estático y, en consecuencia, muy poco cinematográfico (no soy un fanático de este género, pero tengo muy claro que otro film de Burton, aunque dirigido por Henry Selick, el conocidísimo «Pesadilla antes de Navidad, 1993», era mucho más dinámico, ágil y «musical» que el protagonizado por el barbero asesino de Fleet Street); por su parte, «Alicia en el país de las maravillas» es un film de una indudable perfección visual pero fagocitado por su necesidad de satisfacer a una nueva generación de espectadores atraídos por los espectáculos 3-D, y también por el guión escrito por Linda Woolverton, que pretende constreñir mediante una línea narrativa «clásica» a los mucho más libres relatos originales surgidos de la mente de Lewis Carroll: ambos factores parecen reincidir en esa necesidad del actual cine de Burton de no fallar en la diana comercial, por que, de lo contrario, una hipotética doble hollywoodiense de la Reina Roja que somete tiránicamente a los habitantes del país de las maravillas podría gritar a sus súbditos: ¡Que le corten la cabeza a Tim Burton!. Ya no parece posible contemplar un futuro «Mars Attacks, 1996» (irregular pero mucho más subversivo film) en el horizonte de la carrera de Tim Burton.
Centrándonos ya en «Alicia en el país de las maravillas», lo mejor que puede decirse del film es que, aparte de ser bastante fluido narrativamente (aunque extraordinariamente gélido) y muy convencional formalmente (al margen de la excelente labor visual de todo el equipo técnico y artístico, la planificación de Tim Burton no me parece de las más inspiradas de su carrera), destaca de forma brillante por los detalles y personajes que pueblan ese desquiciado universo. Pienso principalmente en detalles como las cabezas cortadas que flotan en el agua sanguinolenta que rodea al castillo de la Reina Roja; en la descripción de la servidumbre esclavizada que atiende a las peticiones de la Reina Roja (el cerdito que sitúa su tripita boca arriba para que la reina pueda descansar sus pies sobre ellos; el erizo maniatado que se convierte en caprichosa bola de golf de la soberana: a su vez, un pájaro picudo será sujetado boca abajo como palo con el que golpearla; los pequeños monos que cargan desesperados con el peso de los bancos sobre los que se sientan algunos invitados que recibe la reina, etc.); en las vaporosas e ingrávidas apariciones del Gato de Cheshire; en el sapo que delata su delito (haberse comido un postre de la reina) debido a la salsa de arándanos que mancha ligeramente el contorno de sus labios; o en la sangrante parodia de la política (cabe pensar que actual) que se permite Burton con la descripción del comportamiento de la comitiva de humanos que rodean a la Reina Roja, y que se ganan el respeto de la cabezona reina portando sorprendentes complementos postizos (narices, papadas, frentes, orejas, etc.) para, de ese modo hipócrita, no devenir víctimas de las constantes iras de la soberana.
«Alicia en el país de las maravillas», versión Tim Burton, es un film correcto, entretenido, espectacular, pero desprovisto del hálito, más perverso, cruel y bizarro, pero también más conmovedor, que impregna las mejores obras del realizador hasta el momento: «Eduardo Manostijeras», «Ed Wood» y «Pesadilla antes de Navidad». Quizás, la nueva versión que Burton está preparando actualmente de «Frankenweenie», su mediometraje de 1984, nos devuelva lo más auténtico de este creador de mundos alucinados. Y es que, en el cine actual, el monstruoso Jabberwocky no es otro que un Hollywood que exige de sus creadores más importantes antes una actitud postiza que una auténtica.
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