Arropiero (2008)
La crónica negra española no ha sido tratada demasiado profusamente por el cine español de los últimos años. Carles Balagué es uno de los directores que más ha buceado en esas profundas aguas en los últimos tiempos, aunque desde una perspectiva fundamentalmente documental. Directores experimentados como Pere Portabella o José Luís Guerín han difuminado en sus películas las líneas que separan el terreno de la narración ficcional clásica del de la mirada documental, fusionándolos irremediablemente, pero Balagué enfoca su mirada sobre el asesino Manuel Delgado Villegas de forma mucho más narrativa y alejada del cine vanguardista. Lo cierto es que el asesino, mucho más conocido por el nombre de “El Arropiero”, dejó una huella indeleble en la España de los años 60 y 70. Caracterizado, en principio, por un cuadro “aparente” de tartamudeo y otros factores, que, según las palabras de uno de los entrevistados, lo acercaban a la apariencia de una persona con cierto retraso mental, lo cierto es que Manuel Delgado demostró tener no poca inteligencia para su mayor preocupación, el crimen, para el cual demostraba una frialdad extraordinaria, siendo capaz de matar para salir de un atolladero colindante con los enredos sexuales de algunas películas de Pajares y Esteso: matar a una hija y a su madre, después de haber mantenido relaciones sexuales con la segunda, y cuando ambas mujeres montaron tal escena delante de él, que Manuel solo concibió una única salida: el asesinato; o de matar aleatoriamente mientras daba un paseo: al ver a un tipo sentado en la arena de la playa, dormitando, sintió “pena de esa pobre persona a la que probablemente nadie en el mundo quería” (aproximadamente la frase es esta, si la memoria no me falla tras el visionado de la película en el cine) y decidió asestarle un fuerte golpe en el cráneo con una piedra, que resultó ser fatal para el desconocido. El “Arropiero” lucía un bigotito en honor de un actor al que admiraba, el mejicano Mario Moreno, popularmente conocido como “Cantinflas”, y además era capaz de analizar los errores cometidos por asesinos precedentes en películas como la extraordinaria “El Estrangulador de Boston”, de Richard Fleischer.
Precisamente con este último asesino, de nombre Albert DeSalvo, el “Arropiero” compartía una extraña coincidencia: la existencia de un doble cromosoma Y en su sangre; es decir, ambos eran XYY. Una casualidad que, según dice uno de los entrevistados, comparten más asesinos en serie a lo largo de la historia. El mayor porcentaje de imágenes de la película de Balagué corresponden a las entrevistas realizadas a conocedores directos del personaje tratado, que el director filma, por regla general, en los espacios a los que se alude, o en los que tuvieron lugar algunos de los asesinatos. En labores de montaje Balagué no intenta trascender una cierta manera de entender este tipo de trabajos visuales, recurriendo con frecuencia al entrelazamiento de fragmentos de varios entrevistados con la finalidad de dar forma a un aspecto concreto del asesino o de reconstruir un asesinato en particular.
Lo cierto es que los rostros de los entrevistados acaban revelando no poco sobre la fascinación o el miedo que puede provocar un asesino en serie: pasan del estupor a la risa, o al recuerdo amargo de una determinada situación o acto, y llegando aún más lejos, las fotografías que muestran a Manuel Delgado en compañía de los agentes que le vigilaban pueden llegar a generar ciertas sonrisas en el espectador, asombrado con la familiaridad con la que el asesino se relacionaba con los mismos, como si de colegas se tratará.
Balagué inserta en su documental una secuencia filmada en la época en la que el “Arropiero” estaba ingresado en una institución mental, y mientras su organismo se veía afectado por un envejecimiento prematuro. Las imágenes, acompañadas de declaraciones del propio asesino, que define la vida como “un sueño dentro de una pesadilla”, llevan al recuerdo de uno de los policías que más contacto tuvo con él, y que le visitó en el mismo centro, y que declara que cuando vio al ser que tenía delante suyo no pudo evitar derramar algunas lágrimas.
En fin, el documental de Balagué no ofrece respuestas definitivas sobre algo tan desconocido, en el fondo, aún en la actualidad, como es la mente humana y sus procesos, pero por lo menos tiene la voluntad de indagar en ello y hallar un poso de verdad, de autenticidad, manteniéndose al margen de ese cine “social”, falso y adocenado, malinterpretado y exagerado, lleno de tópicos y falto de verdad, que tanto parece triunfar en la actualidad. Cierto, quizá no se pueda hablar estrictamente de “arte” en la labor de Balagué, que parece situarse conscientemente en el lugar de un artesano, sin salidas de tono formales y construyendo coherentemente su documental, pero por lo menos logra una película interesante.
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