Bad Ass (2012)

Craig Mosse escribe y dirige su particular tributo, un directo y merecido homenaje, a uno de los actores más duros y emblemáticos de la historia del cine norteamericano, Danny Trejo, que a pesar de no gozar nunca del renombre que mereciera, ha ocupado un lugar privilegiado en el séptimo arte merced a su profesionalidad y perfecta armonía con el papel que le sea atribuido para la ocasión que se precie; en Bad Ass (cuya traducción sería “Tipo Duro”) el célebre intérprete vuelve a encarnar a un personaje implacable e insaciable, interpretación que parece ideada especialmente para él y que ha encarnado en multitud de trabajos (desde su mítico papel en Abierto hasta el amanecer hasta su más reciente encarnación del letal Machete en la cinta de mismo nombre), aunque le diferencia de anteriores interpretaciones el hecho de que ésta conlleve un matiz que poco tiene que ver con su faceta común, y es que el grado cómico es mucho mayor que en producciones anteriores (algo que no parece pesarle, todo lo contrario, lo borda excelentemente).

El condecorado Frank Vega (Danny Trejo, amo y señor de la pantalla que de grandiosa manera abarca gran parte del metraje semejándose enormemente a Fidel Castro en cuanto a físico se refiere) es un antiguo militar que luchó ferozmente en la guerra de Binh Doung, Vietnam, en la que perdió una de sus piernas y por la que cobra una mísera indemnización mensual por parte del estado; al volver a su ciudad comprueba que nadie le acepta, pues su etapa dorada nunca llega y se siente anulado en una época en la que el sistema laboral no le corresponde (en forma de crítica son plasmadas dichas negaciones cuando éste va en busca de trabajo) e incluso su amor incondicional, Lindsay (Jillian Murray, ausente pero tierna en lo poco que aparece), ha rehecho su vida obviando su presencia en la misma (una contundente frase, “me sentí una pelota rebotada, sin estabilidad en mi vida”, recoge fenomenalmente en sentir y padecer de Frank); así, día a día, sin excepción, transita sin pena ni gloria (más de lo primero que de lo segundo) por las calles del sur de California en la línea de autobuses 144, y es que como cita él mismo en una retrospectiva autobiográfica “en muchas ocasiones las cosas más simples son las mejores”, pero hay veces que éstas desaparecen y lo que queda es simple y llanamente nada salvo un trabajo con poco futuro y menos ganancias (vendedor de perritos calientes, empleo autónomo al que se ve obligado a recurrir).

Su plácida (y ruinosa) existencia se verá alterada cuando un grupo de maleantes asalten el mencionado autobús que siempre emplea para desplazarse, momento en el cual decide entrar en acción y darles su merecido, siendo captado por multitud de dispositivos tecnológicos pertenecientes a los viajantes de dicho transporte público, grabaciones que se convierten en fenómenos de masas y por las cuales cambia su vida drásticamente convirtiéndolo en un mito viviente, considerado popularmente como un héroe que levanta tantas pasiones como odios por su forma de actuar (algunas de las cuestiones que circulan al respecto son “¿hombre o mito? ¿altera el orden o mantiene la paz?”); aunque parece que por fin Frank goza de la reputación y vida que merece, tres meses más tarde del relevante suceso su madre Juanita Lupa Vega (Tonita Castro) fallece, heredando éste su morada y su perro, Baxter, y volviendo a las desastrosas y rutinarias andadas; no obstante, la sorpresiva muerte de Klondike Washington (Harrison Page, su breve aparición es más que relevante), su mejor amigo que antes de desaparecer le entrega una misteriosa memoria flash (desencadenante de su muerte al contener los permisos de construcción de la ciudad), a manos de Sebastian (Craig Johnson) y Terence (Erik Betts), dos de los delincuentes más temidos de la ciudad que trabajan para el Mayor Williams (Ron Perlman, que deja su aspecto rojizo de Hellboy para encarnar a un político relacionado con el escándalo de corrupción política más grande de la historia), hará que Bad Ass (nombre con el que la sociedad conoce a Frank) emprenda una investigación en busca de venganza y, sobre todo, de la normalidad que la ciudad ansía, y es que según asegura su amigo el oficial Malark (Patrick Fabian, el cual sorprendió con su galardonado papel protagonista en El último exorcismo pero que no goza de relevancia alguna) hay más homicidios que investigaciones y por ello se ve obligado a iniciar él mismo la búsqueda de los responsables al conocer la ineficacia y parsimonia del sistema policial (una escena mostrando a todo el cuerpo jugando con una pelota de papel lo ironiza metafórica aunque ciertamente).

La violencia permanece en todo momento en un plano secundario, pero está presente durante toda la trama para satisfacción del espectador y sufrimiento (en especial corporal) de los personajes sufridores de la ira de Frank, el cual se enfrenta a ellos repartiendo dolor a mansalva en clara desventaja numérica pero superioridad física, demostrando sus cualidades adquiridas años atrás (por cada golpe que recibe emite cientos, un hecho sencillamente brutal y bebedor de Mercenarios en su sentido más positivo), y siempre empleando como única herramienta castigadora sus puños; amén de la pausada, elocuente y perspicaz comedia con acento dramático y destilación latina (en ciertos compases descarada e irritante al carecer de sentido), la película proporciona una buena dosis de brutalidad (destaca el nuevo concepto y utilidad de la trituradora de alimentos que se define) y tiene cabida incluso una persecución de vehículos en el tramo final del filme, un hecho que ejemplifica el variado desarrollo de la trama.

No cabe duda de que el tiempo pone a cada uno en su lugar, aunque dicho espacio temporal comprenda la friolera de cuarenta años (como es el caso del protagonista de la cinta) o incluso no se declare oficialmente (como es el caso del propio Danny Trejo), una lastimosa realidad que no solamente se limita al caso particular en cuestión; lo que resulta indiscutible es que el popular actor es una de las viejas glorias (de hecho siempre ha tenido tal consideración, algo incomprensible e inmerecido) que de tanto en cuando es recurrida para dotar de calidad a un metraje, sea de la temática y género que fuere, y ese es precisamente el motivo que sustenta a este metraje falto de carisma y originalidad, ya que sin su presencia no podría ser digerible de ninguna de las maneras y, por el contrario, con su persona consigue agradar prácticamente en toda su duración (aunque ciertos bloques de la historia se hacen algo pesados y repetitivos) y entretener, que es el cometido principal del mismo.

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