El Extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde (1941)
En el transcurso de una cena con gente de la alta sociedad, el Dr. Henry Jeckyll expone sus novedosas teorías sobre el bien y el mal, provocando los recelos del resto de invitados. La actitud de Jeckyll despertará la aversión del organizador del evento, Sir Charles Emery, que empezará a poner trabas para que se lleve a cabo la futura boda de su hija Beatrix con ese hombre de ídeas excesivamente extrañas. Para poder demostrar la veracidad de sus teorías, Jeckyll empezará a experimentar con una pócima y un extraño acontecimiento tendrá lugar.
La operación emprendida por Victor Fleming en el año 1941 con esta adaptación del relato de Robert Louis Stevenson es equivalente a la que, en fechas más recientes, ha llevado a cabo Francis Ford Coppola con las respectivas adaptaciones de las novelas originales de Drácula y Frankenstein (la segunda únicamente como productor), es decir, lograr un film de prestigio partiendo de la base proporcionada por una obra literaria de temática fantástica de reconocida calidad.
El principal problema de “El Extraño Caso del Dr. Jeckyll” viene a ser la excesiva «pre-fabricación» artística que presente el producto final, con el fin primordial de dar en la diana comercial: un reparto de lujo, encabezado por actores cuyo talento no debe ponerse en duda; la labor del propio director, que se limita a ejecutar con eficacia y profesionalidad su tarea, sin riesgo artístico real (no hay que olvidar que Fleming era un director bastante taquillero en la época, pero que pocas de sus películas han logrado superar la prueba del tiempo); la clara intención de agradar a gran parte del público y de que la propuesta no sea excesivamente genérica, es decir, de no adentrarse en las pantanosas aguas del fantástico con firmeza, que llevan a director y a guionistas a encarar aspectos melodramáticos que desvirtúan un tanto la propuesta original de Stevenson, etc.
Existen, como mínimo, tres films extraordinarios basados en el libro de Stevenson: “El Hombre y el Monstruo” (Dr. Jeckyll and Mr. Hyde, 1931), de Rouben Mamoulian; “El Profesor Chiflado” (The Nutty Profesor, 1963), de Jerry Lewis; y “Las Dos Caras del Dr. Jeckyll” (The Two Faces of Dr. Jeckyll, 1960), de Terence Fisher; todas ellas con resultados artísticos que se sitúan muy por encima de los logrados por el film de Fleming.
Precisamente, la película que aquí nos ocupa podría considerarse un remake del film de Mamoulian, con la preocupante evidencia de que mientras el film de 1931 rebosaba de ideas, inventiva, y de sensibilidad para el fantástico, la película de 1941 trivializa cada uno de los aspectos que imita del original.
Fundamentalmente, las readecuaciones del texto de Stevenson a las intenciones que persigue el film de Fleming son bastante transparentes si nos detenemos un poco a reflexionar en torno a algunas elecciones drámaticas de este último: el más importante, cara a lograr un éxito, tiene que ver con la creación de unos personajes femeninos que doten al personaje de Jeckyll de unas buenas intenciones con las que se pueda identificar cualquier espectador: por un lado quiere casarse por que “ama”, y por el otro quiere ayudar a una prostituta de buen corazón. Por otro lado, las intenciones de convertir al doctor en un mártir quedan claras en dos secuencias clave del film: el inicio y el final: el primer plano del film muestra una cruz situada en lo más alto de una iglesia; al final de la película, alguien entona una oración religiosa por el alma de Jeckyll.
El relato original de Stevenson era libre y trangresor, sin necesidad de recubrir al personaje con un halo de buenas intenciones; pero claro, estamos hablando de un film protagonizado por Spencer Tracy, actor que en su momento suponía un gran reclamo para atraer espectadores a las salas de cine. Un excelente actor, sin duda alguna, que demuestra en el film de Fleming ser muy poco apropiado para el rol de Jeckyll, al cual interpreta con excesivos tics y exageraciones. Otro aspecto fundamental para la credibilidad drámatica de la historia, pero que en esta ocasión está muy mal resuelto, reside en las transformaciones de Jeckyll en Hyde, que los encargados de efectos visuales del film solucionan recurriendo a un maquillaje muy liviano, permitiendo la fácil identificación de los rasgos del actor, que sobreactúa logrando que la mayor parte de sus transformaciones sean abiertamente risibles.
Por otro lado tenemos los sueños que acompañan a las mencionadas transformaciones, que pretenden dotar de un móvil claramente sexual a las acciones de Jeckyll, es decir, erigirse en expresiones visuales del subconsciente del personaje, pero lo cierto es que estas imágenes son siempre estúpidas y demasiado obvias, llegando en una de las ocasiones a mostrar a Jeckyll cabalgando empujado por dos yeguas…que resultan ser las dos mujeres de la película, nada más y nada menos que Lana Turner y Ingrid Bergman. Alguna forma más sutil de expresar ese carácter dominador del personaje sobre el sexo femenino se podría haber encontrado…
Lo curioso es que todos los aspectos mencionados se encontraban en el film de Mamoulian, pero con mucho mayor tacto para todos ellos. Lo peor de todo lo comentado es que el tratamiento del sexo femenino en el film de Fleming es banal, y eso que es una década posterior al film de Mamoulian. A este último, las dos figuras femeninas le servían para dotar de dualidad al personaje de Jeckyll; en cambio Fleming parece recurrir a Ingrid Bergman (muy inferior y poco creíble en su papel de prostituta a la Miriam Hopkins del original) y a Lana Turner con fines más bienintencionados que cercanos a la turbulencia del film de Mamoulian.
En todo caso, quedan un buen trabajo de fotografía a cargo de Joseph Ruttenberg y una buena labor de ambientación y decorados.