El Hombre Leopardo (1942)
Jerry Manning, el representante de una artista apodada Kiki, alquila un leopardo a un vendedor ambulante, con la intención de atraer la atención del público hacia el espectáculo que protagoniza la chica, pero, durante el número que precede a la aparición de Kiki, protagonizado por una chica llamada Clo-Clo, esta última utiliza unas castañuelas acercándose mucho al animal, que se asusta y huye. Esa misma noche una jovencita aparece muerta, con heridas que demuestran que el felino es el causante de su fallecimiento, pero pronto, la aparición de otras chicas muertas levantará las sospechas de Jerry, Kiki, y la policía local.
Inmediatamente después de las extraordinarias “La Mujer Pantera” y “Yo Anduve con un Zombie”, Jacques Tourneur demostró que, partiera del material que partiera, había unos temas muy concretos que le fascinaban profundamente. Él mismo, inmigrante francés en tierra norteamericana, debía conocer de primera mano aspectos relativos al conflicto entre razas y culturas, y en los dos films mencionados, junto a «El hombre leopardo», desarrolló en profundidad los problemas que surgen cuando los aspectos menos comprensibles de una cultura penetran la “aparente” capa de normalidad de la que se auto-reviste otra cultura, llamémosla dominante, generando un miedo un tanto paranoico entre sus integrantes. En “La Mujer Pantera”, una mujer llamada Irina, que tiene un evidente problema relacionado con su sexualidad y sus raíces serbias, se convertía en toda una exótica y peligrosa rareza al empezar una nueva vida en una tranquila ciudad norteamericana.
En “Yo Anduve con un Zombie”, el protagonismo recaía sobre Betsy, una enfermera que veía como la cultura haitiana hacía mella en sus creencias, al aportarle una nueva forma de entender la vida, la muerte, la religión y la medicina.
Pues bien, en “El Hombre Leopardo”, el ambiente de una pequeña ciudad, en la que conviven familias hispanas, espectáculos ambulantes que ofrecen a un precio asequible “la fuerza del leopardo”, norteamericanos ignorantes, viejos indios, y otros elementos heterogéneos, será el caldo de cultivo apropiado para que el miedo y la superstición afloren con fuerza entre sus habitantes una vez tenga lugar la muerte de una joven al ser atacada por un leopardo.
Un miedo que surge, principalmente, de la superstición fruto de la ignorancia, y anclado firmemente en un pasado evocador de leyendas, tragedias y maldiciones. Hay que remarcar que ese tiempo pasado (simbolizado en la filmografía de Tourneur por objetos como el mascaron de proa T-Misery en “Yo Anduve con un Zombie”, la estatua del San Juan serbio atravesando a la pantera en “La Mujer Pantera”, o por los contextos y costumbres que muestra «El Hombre Leopardo», ya sea la desconocida cultura latinoamericana y india, con su creencia de que un humano puede hacerse con la fuerza y habilidad de un animal, o unas procesiones que evocan sufrimientos del pasado) no solo fue utilizado por Tourneur en sus films fantásticos; también un film de aventuras tan extraño como “Martín, el Gaucho, 1952” lograba que su protagonista, el rebelde Martín, se convirtiera en una leyenda de la pampa argentina al adoptar como nombre de guerra el de un pobre hombre que moría en sus manos: de ese modo, el pasado (el nombre de un muerto) trazaba una línea que enlazaba con el presente y con el futuro. El mito crece al alejarse del tiempo que lo vio nacer.
Ya en la segunda secuencia de “El Hombre Leopardo” Tourneur utiliza un símbolo que se erige en la síntesis visual de lo que pretende con el resto del metraje: una fuente de la que mana un chorro de agua mantiene en vilo a una bola, suspendida en el aire, sin caer…fuerzas invisibles, aplicables también a los humanos, que vivimos nuestra vida llevados por la inercia, sin saber muy bien con que finalidad. Unas fuerzas hermanas del horror cósmico descrito por Lovecraft o Arthur Machen, aunque con una ambigüedad más cercana al segundo que a la concreción física de muchos momentos de la literatura del primero.
Lo que interesa a Tourneur es ver como ese contexto genera una serie de dudas razonables, en los personajes y en el espectador, para luego resquebrajarlas otra vez: lo visible y lo invisible en perpetua lucha; lo racional y lo irracional puestos en duda para luego reafirmarse ambos, de forma muy ambigua, en su poder.
Que nadie espere un film similar a los de hombres lobo, por que el film opta por un camino más complejo en sus breves y muy densos 66 minutos, y el título de la película, en ese sentido, resulta hasta cierto punto engañoso, ya que sugiere un desarrollo narrativo distinto del que pueda desear el espectador.
La original estructura del film, en la que los personajes protagonistas desaparecen durante largos fragmentos de metraje para dar paso a otros personajes que dirigen al espectador hacia situaciones mucho más oscuras y inquietantes, que constatan en cierta manera la existencia de fuerzas misteriosas, es una de las bazas de la película: el personaje de Clo-Clo se erige en un curioso hilo conductor para la narración y es una de las mejores formas que encuentra Tourneur para sugerir la existencia de fuerzas invisibles: la tarotista amiga de Clo-Clo no podrá evitar que, cada vez que le hecha las cartas a la chica, aparezca la carta de la muerte, una y otra vez, de forma insistente y misteriosa (¿realmente existen unas fuerzas que dictan que Clo-Clo va a morir, o todo es pura coincidencia?), pero el espectador será consciente de que, aunque la muerte no afecte, en principio, a la chica, sí que afectará a los personajes que crucen su camino con ella: la muerte parece rodear a Clo-Clo, y Tourneur expresa esa posibilidad como si de la transmisión de una maldición se tratara, o de la fatalidad hacia la que una persona, que desconoce ser portadora de la misma, arrastra a las demás.
Otro personaje clave del film también se dejará arrastrar por impulsos involuntarios, y aunque el espectador pueda esperar una resolución clásica del relato, el habitual ¿quién o qué mato a x?, nada más lejos de la realidad y de las intenciones de Tourneur, pues el final de la película, que aquí no desvelaremos, deja bien claro que, efectivamente, hay motivos para estar preocupado, aunque, aparentemente, la calma haya regresado a las vidas de los habitantes de esa ciudad: el espectador puede invocar mentalmente la imagen de la fuente que mantiene a la bola en vilo (la existencia de fuerzas invisibles y misteriosas) y sacar sus propias conclusiones.
El fragmento que pone fin a la película, apoyado en la poderosa imagineria visual que proporciona una procesión religiosa filmada contra un cielo irreal y espectral, aporta el necesario toque mágico a un final que el espectador puede concebir como tranquilizador, llevado por las apariencias más inmediatas y las pruebas demostrativas de tipo físico, incapaz de asimilar la terrible aleatoriedad que se erige en dueña de nuestros comportamientos y psicología.
«El hombre leopardo» es una excelente película que se sitúa junto a las grandes obras de Jacques Tourneur.
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