El libro de Eli (2010)
Eli es un hombre de raza negra que se dirige constantemente hacia el oeste avanzando por una carretera que atraviesa un paisaje desértico y desolado. Cazar gatos esmirriados o pájaros solitarios parecen ser su única manera de lograr alimento en tales condiciones, en las que de vez en cuando se ve obligado también a luchar para salvar su propio pellejo debido a los ataques de grupos de humanos antropófagos. Un día, Eli llega a una pequeña comunidad de humanos liderada por un hombre llamado Carnegie, que obliga a sus hombres a buscar continuamente un misterioso libro. A oídos de Carnegie llegará la noticia de que Eli parece llevar consigo el libro que tanto ansía, lo que propiciará un enfrentamiento entre los dos hombres.
Para su anterior película, “Desde el infierno” (From Hell, 2001), los hermanos Hughes contaron con un guión, obra de Rafael Iglesias y Terry Hayes, que reducía considerablemente la diversificación de subtramas narrativas presentes en la novela gráfica de título homónimo, obra de Alan Moore y Eddie Campbell, que adaptaban. Con esa lógica labor de simplificación narrativa a la hora de trasladar a la gran pantalla una obra considerablemente extensa, densa y compleja, los Hughes lograron un film digno y atractivo sin necesidad de pretender satisfacer de forma minuciosa a los seguidores del original.
“El libro de Eli”, la nueva película de los hermanos tras (¡¡!!) nueve años sin dirigir, contiene en su interior una poderosa y muy filosófica idea: en un futuro mundo devastado, tras un apocalipsis que ha terminado con gran parte de la vida en el planeta, dos hombres se enfrentarán por la posesión de un libro que puede ser el origen de una nueva esperanza para los seres humanos, pero mientras que a uno de ellos, Eli, le mueve la bondad personal y el amor al prójimo, a Carnegie, su contrincante, le pueden la ansías de poder, pues el conocimiento que atesora en su interior el misterioso libro puede significar para él la consecución de un poder que le permita alzarse triunfante por encima de la ignorancia de los que le rodean: la posibilidad de crear un imperio totalitario al albor del nuevo orden mundial: deseo interior de Carnegie que queda patente en el plano que muestra al personaje leyendo con atención un libro de (o sobre) Benito Mussolini.
El punto de partida me parece de lo más atractivo y proporciona a “El libro de Eli” una cierta entidad argumental que lo distancia de recientes films como “La Carretera” o “Infectados”.
Por desgracia, la idea será el atisbo (un mero espejismo) de una densidad argumental que la película de los Hughes nunca alcanzará, diluida constantemente en un mar de tópicos argumentales y visuales. Por la mente del espectador avezado es fácil que transiten imágenes de películas como “Hardware”, “The Matrix”, “A boy and his dog”, “Fahrenheit 451” (novela de Ray Bradbury y película de François Truffaut, de las que los Hughes retoman una célebre idea relacionada con la necesidad de emplear insólitos métodos que permitan a la humanidad la preservación de la cultura), “Mad Max”, “Zatoichi”, “Soy leyenda”, las películas de Sergio Leone, y varias docenas más de películas, cómics o libros. El refrito de tantos materiales previos dista mucho de resultar satisfactorio, y aunque se agradece que los Hughes opten por un tempo narrativo considerablemente más pausado de lo que es habitual en las películas actuales (los planos duran más de lo acostumbrado en una producción “made in Hollywood”; existe cierta coherencia en el paso de un plano a otro), lo cierto es que el film apenas tiene cosas que contar que merezcan la atención del espectador.
El primer plano del film, atmosférico, siniestro, con una cámara que recorre, mediante un travelling y a ras de suelo, el interior de un bosque sobre el que cae una lluvia de cenizas, y en cuya superfície yace muerto un hombre, en primer término de la imagen, mientras al fondo del encuadre contemplamos a un personaje agazapado, silencioso, que tensa un arco a la expectativa de (lo sabremos al instante) lanzar certeramente una flecha contra un gato escuchimizado, que se convertirá en el alimento del día del personaje, resume con contundencia la “nueva” vida a la que se ven empujados los supervivientes de una catástrofe mundial. El momento, además, introduce un sentido del humor, entre negro y irónico, que los Hughes van a desarrollar a lo largo de toda la película (Ej: un pedazo de la carne del gato será entregado gentilmente por Eli a un (sic) ratón, al que además le recomienda, consciente el personaje de que el resto de vida del planeta también lo tiene difícil para sobrevivir, “guárdarse un poco para el almuerzo”; en otro momento de la película, un gato bastante más “hermoso” que el cazado por Eli, percibirá en la mochila del humano las sobras de su congénere, lo que instintivamente le llevará a mostrarse agresivo con el “cazador de gatos”). La presencia de ese sentido del humor es uno de los pocos elementos que hacen, por momentos, que la propuesta resulte aceptablemente simpática, aunque el recurso no impida que la película se muestre a medio gas prácticamente durante todo el metraje: exceptuando el relativo interés que despierten en el espectador los dos personajes importantes de la función, Eli y Carnegie, el resto de personajes apenas aportan nada y se revelan insuficientes cuando no definitivamente insustanciales. Sí Denzel Washington, que no es un mal actor, se preocupa únicamente de que su personaje sea de una pieza, otro tanto se puede decir del unidimensional Carnegie, al que los Hughes quizá banalizan y caricaturizan en exceso: Gary Oldman parece encarar su performance como una prolongación de su villano en “León, el profesional” (León, 1994), de Luc Besson.
En relación con la ironía que destila el film, uno de los momentos más ingeniosos del mismo, en mi opinión, tiene lugar cuando Eli recita un pasaje religioso, que Solara creé perteneciente a La Biblia: en realidad se trata de unos versos que Johnny Cash compuso para su disco “Johnny Cash At Folson Prison”.
El final de la película, pese a devenir lo más estimulante y divertido de “El libro de Eli”, es excesivamente tramposo, y pretende funcionar por el puro impacto que tiene que provocar en el espectador la revelación de una característica física de Eli que aquel no ha percibido en ningún momento. La simpática y breve aparición de Malcom McDowell (el Alex de “La naranja mecánica”) en ese chistoso final también resulta de lo más agradecido para el espectador.
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