El retrato de Dorian Gray (2009)
De Oliver Parker sólo había visto hasta la fecha dos películas: «Othello»(Ídem, 1995) y Fundido a negro (Fade to Black, 2006). Lo mejor que puede decirse de ambas es que resultaban aceptablemente entretenidas, aunque poco (o nada) interesantes desde un punto de vista cinematográfico.Su recientemente estrenada en España adaptación de «El retrato de Dorian Gray», de Oscar Wilde, se inscribe coherentemente en la filmografía de este realizador, pues anteriormente ya había dirigido sendas adaptaciones para la gran pantalla de dos obras de teatro del mismo escritor, «Un marido ideal» y «La importancia de llamarse Ernesto».
Todo lo que la película de Lewin (insisto: filmada hace ya 65 años) tenía de audaz, sugerente y moderno, lo tiene la película de Parker de superficial, explícito y anticuado (por momentos más bien recuerda a alguno de los peores films Hammer filmados en los años 70).
El proceso de adaptación, que de la obra de Wilde lleva a cabo el guionista Toby Finlay, pasa por (aparte de los ya mencionados detalles – hay algunos más – que «modernizan» la obra original), modificar el orden de algunos de los acontecimientos de la novela, o el papel de algunos personajes en la historia (aparte de incluir también algunos de cosecha propia, aunque esto no sea inicialmente algo reprobable). Uno de los cambios más peculiares (y caprichosos) es el que sufre Alan Campbell, personaje que tanto en la obra de Wilde como en la película de Lewin se ve forzado por Dorian Gray a hacer desaparecer el cadáver de Basil Hallward, para, algunos capítulos más adelante, suicidarse impulsado por sus remordimientos al respecto. En el film actual, Alan Campbell tiene una aparición realmente breve y peculiar: se sugiere que es un amigo (o conocido) de Gray, y cuando este es atacado por James Vane (el hermano de Sybil Vane, la chica que se suicida impulsada por las malignas palabras del propio Dorian), Alan es el encargado (por decisión propia, nada menos) de encerrar a James en una institución psiquiátrica, el cual, al salir de la misma varios años después, volverá a intentar vengar a su hermana.
Es evidente, para cualquiera que haya leído la obra de Wilde, que el personaje de James Vane es otro de los que sufren una curiosa y absurda modificación como personaje (en el contexto mencionado en las líneas anteriores), pero he decidido centrarme únicamente en Alan Campbell para no extenderme demasiado al respecto. Los cambios que atañen al personaje de Alan resultan tan torpes, que modifican por completo el sentido del texto y del carácter de los personajes en la narración de Wilde: si en la obra de este, Alan ayudaba a Dorian forzado por las circunstancias (Dorian amenazaba con hacer públicos algunos secretos de la vida privada de Alan), en la película de Oliver Parker el mismo personaje ayuda a Dorian por voluntad propia, y éste último se deshará por sí mismo del cadáver de Basil tirándolo a un río (siendo ayudado previamente por un agente de Scotland Yard a cargar en el interior de un coche el fardo con el muerto: un detalle pretendidamente irónico que alguien como Hitchcock habría manejado con más habilidad). En la obra de Wilde, la manipulación que sufría Alan a manos de Dorian ponía de relieve la perversidad y inteligencia del segundo, que contactaba con el primero debido a los conocimientos científicos que le daban prestigio y que posibilitaban que hiciera desaparecer con éxito el cadáver de Basil sin dejar rastro. Que en la película de Oliver Parker, Dorian se deshaga del mismo cadáver tirándolo a un río, convierte automáticamente al célebre personaje en una mediocre creación (pues el mismo proceder criminal ha sido visto mil y una veces en películas, libros, obras de teatro, etc.).
El film de Oliver Parker ha contado con un ajustado presupuesto de 15 millones de euros (según datos publicados en la página web www.boxoffice.es) y se trata de una producción de la reverdecida (más bien deslucida) productora británica Ealing Studios (aquella de la que surgieron, muchos años atrás, films tan importantes como «El quinteto de la muerte» – The Ladykillers, 1955, Alexander McKendrick -, o «Ocho sentencias de muerte» – Kind Hearts and Coronets, 1949, Robert Hamer – ). El encorsetamiento económico de «El retrato de Dorian Gray» queda puesto de manifiesto en secuencias como la que tiene lugar en el interior de una estación del metro de Londres, que hace alarde de un decorado francamente pésimo y casi de cartón piedra.
La verdadera modernización de la obra de Oscar Wilde deberá esperar (si llega) a un cineasta con una personalidad artística mucho más solida que la demostrada por Oliver Parker, pero para los que no quieran esperar a que llegue este momento, conviene insistir de nuevo en la existencia de la adaptación dirigida por Albert Lewin en 1955, que a la postre fue también uno de los mejores films fantásticos de su década.
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