El territorio de la bestia (2007)
Un grupo de turistas en pleno crucero por un parque natural australiano ve perturbadas sus idílicas vacaciones con el ataque de un cocodrilo gigante.
El inicio de “El Territorio de la Bestia” (Rogue, 2007), muestra a una vaca acercándose a la orilla de un río; repentinamente, un enorme cocodrilo engulle al animal, que desaparece del lugar como si nunca hubiera estado allí. La imagen descrita expresa de forma contundente la velocidad, fuerza y sigilo del terrible reptil, que hunde sus raíces en los ancestros más remotos del planeta.
Un poco más avanzado el metraje, Greg Mclean añade el sonido del “Rock Around The Clock”, de Bill Haley, a la ambientación visual que define a la gente de un bar australiano situado en la zona más oculta del continente. La canción, de tono lúdico y despreocupado, crea un cierto contraste en relación al carácter de las gentes del lugar, un tanto primitivas y instintivas (el barman del lugar retira una mosca del capuchino que prepara al protagonista del film, pero al escuchar un comentario despectivo sobre la gente del lugar durante una conversación telefónica de este, la mosca vuelve de nuevo a la taza…). Por otro lado, el bar está decorado con numerosas fotografías del animal por excelencia de la zona, el cocodrilo: niños terriblemente mutilados, gente devorada, etc…qué se erigen en la terrorífica carta de presentación de la zona para los turistas.
Un ambiente hostil, en el que la geografía del lugar, su vegetación, animales y seres humanos parecen vivir a un mismo ritmo muy alejado del de las grandes ciudades.
El director repite prácticamente la misma estructura narrativa de “Wolf Creek”: 20-30 minutos de presentación de los personajes que tomarán el protagonismo de la historia; encontronazo de estos con el asesino/cocodrilo, y a partir de ahí un fino hilo argumental que permite visualizar situaciones de supervivencia, y poco más.
Con un material tan trillado como este, lo único que puede generar algo de interés en el espectador es la labor del director en las tareas de planificación, ritmo, ambientación y creación de situaciones. El caso que nos ocupa se encuentra lejos de los resultados logrados por una película como “The Host” (Gwoemul, 2006), en la que su director, Bong Joon- Ho, se revela capaz de trascender con habilidad la materia argumental de la que parte, para lograr un curioso cruce de película de monstruos con trasfondo de crítica política y al mismo tiempo una visión ciertamente surreal del ámbito familiar, lo que permite al film coreano bascular con algo de estilo entre un tono narrativo más grave y trágico, y otro dominado por la comicidad y la ironía. Dicho de otro modo, sólo los primeros 15 minutos de “The Host” ya valen más que gran parte del metraje de “El Territorio de la Bestia”, que abunda en tópicos y demasiada sobriedad formal: la planificación de Mclean tiende a la narratividad, con abundantes primeros planos de los actores, que por otro lado recitan diálogos no especialmente brillantes. Se ha repetido en los medios de comunicación algo un poco extraño: que la película de Greg Mclean recuerda a otras muestras del cine fantástico australiano, y se ha comparado al director con George Miller, Peter Weir, y otros cineastas compatriotas suyos. Yo no encuentro los parecidos entre los cineastas mencionados, y además entre Weir y McLean media un abismo creativo, es decir, sus trabajos no tienen nada que ver entre ellos.
Lo más interesante de «El territorio de la bestia» reside en pequeños momentos en los que el talento de Mclean sale a flote. Uno de ellos es el primer ataque del cocodrilo, que tiene lugar una vez los turistas se han quedado aislados en un pequeño trozo de tierra en medio del río. Uno de los personajes se separa del grupo, quedando cerca y al mismo tiempo de espaldas al agua; Mclean realiza un pequeño travelling frontal hacia el personaje, que está en primer término del encuadre y luego un contraplano del resto del grupo observándole con la mirada aterrada: su mirada nos sugiere lo que está teniendo lugar; al volver a mostrar Mclean el espacio en el que el personaje se encontraba, este ya no está, y las aguas aparecen arremolinadas. El fuera de campo ha tenido un uso acertado y McLean logra un pequeño momento de terror a través la sugerencia. El problema es que no muy a menudo vamos a encontrar momentos así en la película. La pequeña isleta de tierra en el que se refugian los personajes durante un buen fragmento de la película, y la posterior confrontación del protagonista y el cocodrilo, en el interior de la guarida de la bestia, son los dos espacios que centran la atención de Mclean durante la última hora de metraje.
Los mejores momentos del film probablemente sean los que transcurren en la morada del reptil, gracias a la atmósfera asfixiante que es capaz de transmitir el reducido y estrecho espacio de la cueva, y a la imposibilidad que plantea ese escenario de encontrar algún rincón dónde esconderse. En su último fragmento Mclean interna al relato en el territorio de la mítica europea, aludiendo directamente al mito de San Jorge y el dragón.
El carácter mitológico del enfrentamiento final entre hombre y bestia es apuntalado definitivamente en las últimas imágenes de la película: en el mismo bar del principio del film, que tiene las paredes decoradas con noticias protagonizadas por los terribles cocodrilos de la zona y los ataques que lanzan contra las personas que se acercan a su territorio, han añadido una nueva fotografía, que presenta un tono diferente al resto: ahora un ser humano es el protagonista de la imagen, y un cocodrilo su víctima… Lastima que Mclean no se arriesgue un poco más y decida darle un tono más duro y trágico a la conclusión de la historia. Otra vez será…
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