Perseo y su madre, Dánae, son encerrados en un cofre por Acrisio, rey de Argos, y arrojados al mar. Arrastrados por la corriente llegan a la isla de Sérifos, donde Perseo alcanza la madurez y el pescador Spyros se convertirá en un verdadero padre para él. Los habitantes de Argos, en rebelíon con los dioses, provocarán el ataque a su ciudad de Hades, acontecimiento que terminará trágicamente con las vidas de la familia de Perseo , quién de ese modo obtendrá conocimiento de la verdadera misión de su vida: salvar de la completa destrucción al pueblo de Argos, cuyos habitantes han insultado a los dioses del Olimpo. Entre otras proezas, Perseo engañará a las grayas, tres viejas brujas que comparten un solo ojo, atrapará y domesticará a Pegaso, el último de los caballos alados, y se enfrentará con la gorgona Medusa, capaz de petrificar a cualquier ser con la mirada, todo ello con la finalidad de rescatar a su amada Andrómeda de las garras de un temible monstruo marino, el Kraken.



A lo largo de la historia del cine, muchos han sido los realizadores que se han atrevido a recrear cinematográficamente las leyendas más famosas y las andanzas más espectaculares protagonizadas por seres mitológicos que hunden sus raíces en la noche de los tiempos del ser humano, logrando obras brillantes o simplemente interesantes: Federico Fellini y su «Satyricon, 1969″, adaptación de la obra homónima de Petronio; Raoul Walsh, por un lado, y Michael Powell, Ludwig Berger y Tim Whelan, por otro, y sus respectivas adaptaciones de «El ladrón de Bagdad, 1924 y 1940″, famosa narración incluída en «Las mil y una noches«; Jean-Marie Straub y Danièlle Huillet y su «Moisés y Aarón, 1975″, según una ópera inacabada de Arnold Schönberg inspirada en pasajes de la Biblia; Albert Lewin y «Pandora y el holandés errante«, magnífica yuxtaposición de las leyendas de el holandés errante y la mítica caja de Pandora; Mario Camerini y «Ulises, 1954″, adaptando «La Odisea«, de Homero; Fritz Lang y su espléndido díptico de «Los Nibelungos«, según un poema épico germano que data de la Edad Media; John McTiernan y «El guerrero número 13«, según «Beowulf«, el poema épico anglosajón; y muchas, muchas más.
Las líneas anteriores no pretenden, ni mucho menos, erigirse en una demostración de erudición cinematográfica, pero si que pretenden sugerir que, en ocasiones, es necesario mucho más que un simple departamento de efectos visuales para lograr transferir algo de magia a la enésima recreación cinematográfica de unas aventuras legendarias: en todas ellas existe un talento (o varios) artístico que dota de imaginación, coherencia, sentido de la maravilla y brio narrativo a las respectivas películas mencionadas.


En la película que centra nuestra atención, las múltiples andanzas del semidiós Perseo en pos de salvar a los habitantes de Argos de la furia que estos han despertado en los dioses del Olimpo, cuyo máximo exponente no es otro que Zeus, carecen de cualquiera de los elementos mencionados: imaginación visual (dejando a un lado, claro está, lo estimulantes que resultan todos los personajes y criaturas que la película hereda de la tradición), coherencia, sentido de la maravilla y brio narrativo.
El guión de «Furia de titanes» carece de gracia, por mucho que la inclusión de algunos personajes y diálogos pretendan ser graciosos; la puesta en escena de Louis Leterrier no es tal, siendo nula la capacidad del realizador para componer planos con el formato 2:35, y su labor consigue prácticamente lo imposible: que el espectador añore el mediocre empleo del formato 1:85 del que hacia gala Desmond Davis, el realizador de «Furia de titanes», versión 1981. La película de Leterrier tiene una muy pobre formulación visual, palpable tanto en la muy desmayada labor de fotografía (apática y muy poco sugerente, con un provecho casi nulo de las espléndidas localizaciones sitas en Tenerife) como a una elaboración de decorados y espacios (el Olimpo; el submundo en el que habita Calibos; la guarida de las brujas) prácticamente tan horrible como el cartón-piedra que dominaba en la película de Davis; los efectos digitales que muestra la película no están al nivel de la mayor parte de superproducciones actuales (la trilogía de «El señor de los anillos», «Avatar», «Spider-Man»), y, lo más importante, tratándose de un film de constantes aventuras, las set-pieces de acción se revelan poco brillantes y atractivas, lo que deviene el golpe de gracia final a la producción. En otro orden de cosas, el reparto que conforma esta nueva «Furia de titanes» no tiene la menor fuerza en ningún momento, y ni las presencias de Ralph Fiennes, Liam Neeson o Jason Flemyng logran insuflar algo de vida en las figuras huecas que son sus respectivos personajes; únicamente la breve aparición del excelente Pete Postlethwaite, encarnando el papel de Spyros, desprende la agradable sensación de contemplar a un actor interpretando a un personaje.

Si lo dioses existieran y fueran testigos de las pobres visualizaciones que su Olimpo propicia en las creaciones cinematográficas actuales, quizá decidirían, no ya declarar la guerra a los seres humanos, sino directamente exterminarlos.
Pese a todo, destacaré un par de detalles aceptables de la producción dirigida por Leterrier: en primer lugar, las imágenes iniciales de la película, que muestran las distintas constelaciones, dispersas por el cosmos, que esbozan figuras mitológicas: un prólogo (heredado del épilogo de la película original) apropiado para introducir al espectador en un relato inmerso en la fantasia y al margen de la realidad. Y en segundo lugar, el plano, que acaece durante la incursión de Perseo y sus compañeros en la guarida de la gorgona Medusa, en el que un arquero toma posición, para combatir al monstruo, justo al lado de una estatua de piedra de un arquero que también se enfrentó al ser y fue fulminado por su mirada petrificadora en la misma posición que ahora toma el nuevo guerrero. Quizá el único detalle irónico que funciona en toda la película, y quizá también el único plano con algo de ingenio visual que se permite Leterrier.
La película original de Desmond Davis, aunque me parece completamente prescindible (y moderadamente entretenida), presentaba un mayor ingenio visual en algunos momentos concretos: a través de la sombra que proyecta una figura de barro se visualiza la horrible transformación física que sufrirá un humano por deseo de Zeus; el combate de los héroes con la gorgona Medusa resulta algo más atmosférico y claustrofóbico (gracias principalmente a la labor de fotografía), aunque ni mucho menos logre plantar cara a las siniestras secuencias de las que hacía gala «La Gorgona, 1964″, la magnífica película de terror de Terence Fisher.
Deliberadamente he dejado para el final la mención quizá más coherente en relación a un film actual como «Furia de titanes»: si alguien quiere diversión, dinamismo, aventuras y magia cinematográfica desprejuiciada, que le eche un vistazo a «Sinbad y la princesa» (The 7th Voyage of Sinbad, 1958), dirigida por Nathan Juran y con brillante y vibrante banda sonora compuesta por Bernard Herrmann. Un film que, indudablemente, no tiene el mismo alcance artístico de los films de Lang, Straub y Huillet, Walsh, Fellini o Lewin mencionados en el primer párrafo, pero que es un hermoso espejo en el que las producciones actuales que sólo buscan entretener deberían contemplarse.
Trailer #1 Español
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Trailer #2 Español
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Trailer #3 Español
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Behind the scenes
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