
Durante el viaje en ferry a la isla de El Hierro, María pierde a su hijo Diego. ¿Ha caído por la borda? ¿Ha sido secuestrado? Nadie lo sabe. Diego simplemente desaparece. Seis meses después, María recibe una llamada inesperada: ha sido encontrado el cuerpo de un niño y debe regresar a El Hierro. En la isla, en este extraño y amenazante paisaje, María se enfrenta a sus peores pesadillas.



Nunca resulta agradable hablar mal de la primera película dirigida por un joven director; lo contrario, en cambio, deleitarse con los aciertos de un director novel, resulta mucho más gratificante, que duda cabe. Lo que es innegable es que ser deshonesto a la hora de valorar la primera tentativa seria con el lenguaje cinematográfico emprendida por un director principiante haría un flaco favor tanto a su carrera como a los espectadores a los que va dirigida la película.
El visionado de “Hierro” provoca en el espectador una ya clásica sensación, en el cine actual, de película ya vista, de producto pre-fabricado, de «deja vu», que cuenta con la importante presencia, cara a la taquilla, de una joven actriz en alza, Elena Anaya, que ya ha logrado hacer pinitos a nivel internacional; que, además, parte de un guión atiborrado en exceso de tópicos narrativos; y que cuenta con la labor de un director, Gabe Ibáñez, que se agarra con demasiada firmeza al empleo de elementos visuales y sonoros que, a estas alturas, de tan sobados, deberían estar harto superados.


“Hierro” tiene un breve momento, durante los primeros minutos de metraje, bastante logrado: aquel que muestra a María (Elena Anaya) durmiendo en un asiento del ferry en el que viaja, junto a su hijo pequeño, a la isla de Hierro, en las Islas Canarias. El turbulento discurrir de su sueño parece hacerse realidad con la aparición de una gaviota que se estrella ferozmente contra la ventana del barco más cercana a la chica, provocándole un violento despertar a la realidad: su hijo, el pequeño Diego, ha desaparecido sin dejar rastro.
A partir de este momento, evidente punto de cambio en el drama, la película parece entrar en terrenos que pueden remitir tanto a los ambientes propios de ciertos films de Polanski (lugares en los que sólo parece vivir gente extraña y muy apática, quizá peligrosa) como a los ambientes rurales que son moneda corriente en películas como “La Matanza de Texas”, “Jeepers Creepers” o muchas otras películas de terror norteamericanas (aunque la globalización ha propiciado que este tipo de clichés se estén extendiendo con la velocidad con la que prende la pólvora a producciones de casi cualquier país del mundo). La película muestra planos tan manidos como el del consabido tipo extraño y desconfiado que, al ver llegar a la protagonista, se encierra en el interior de su vivienda. Lástima que la mirada del director sea en todo momento excesivamente circunspecta y carezca de las necesarias dosis de humor o ironía que harían más digeribles y disfrutables para el espectador momentos como el citado.


El cometido de la actriz no logra superar la barrera de lo correcto, entre otras razones, por que Ibáñez parece encorsetar en exceso la interpretación de la misma, que recuerda con demasiada insistencia las interpretaciones femeninas recientes más destacadas dentro del género de terror, ya sean la de Belén Rueda en “El Orfanato”, o las de otras actrices extranjeras para otras producciones de éxito. En todo caso, ¿Por qué parece existir una tendencia a que estos personajes devengan, por defecto, verdaderas madres coraje?
Una verdadera incógnita, aunque supongo que una posible respuesta a la misma sea que la presencia de este tipo de personajes devienen piezas inductoras indiscutibles del éxito de las películas en las que hacen acto de presencia.


La tendencia a mostrar desnudos integrales (o casi) de la generosa anatomía de la actriz, aparentemente integrados en el fluir narrativo de la película, devienen más gratuitos que otra cosa (caso, por ejemplo, de los planos que muestran a María sola en la playa, con sus pies rozando el agua o caminando por la arena, para poco después mostrar a esta sumergiéndose medio desnuda en el agua: momentos más propios, tal y como están filmados, de un bonito anuncio de televisión, efecto al que contribuye la esteticista labor de fotografía), aunque por lo menos demuestren que en España somos un poco menos mojigatos a la hora de mostrar desnudos que en otros países tan conservadores pero tan sagazes como Estados Unidos, que venden morbo gracias a la presencia de determinadas actrices (o mejor dicho, de sus cuerpos) en los papeles principales de películas como “Jennifer´s Body”, pero que en realidad tan sólo ofrecen una cortina de humo que venda el producto con solvencia.
Sí, como decíamos, la aparición de un pájaro forma parte de uno de los momentos más logrados de la película, como contrapartida, la aparición de otro pájaro (en este caso, pajarito) que desaparece por la misma puerta que la protagonista, al final de la película, lejos de lograr la poesía que busca el director de “Hierro”, logra todo lo contrario, al ser el plano excesivamente falso y forzado. Vamos, nada que ver con la tremenda mala leche que llevaba implícita la aparición de un pájaro al final de “Terciopelo Azul”, de David Lynch, este sí, deliberadamente, un pájaro falso, portador de una felicidad no menos falsa.



[youtube]CR372R7RwXo[/youtube]