Horsemen (2009)
El detective Aidan Breslin, que arrastra una crisis personal tras la pérdida de su mujer, sigue los pasos de un asesino en serie, cuyos complejos asesinatos parecen tener relación con los cuatro jinetes del Apocalipsis mencionados en la Biblia. El incesante trabajo y la obsesión por desenmascarar al asesino provocan que Breslin deje de lado a sus hijos.
Es realmente sorprendente comprobar como el éxito que algunas películas han logrado en las últimos años han convertido el actual panorama de estrenos cinematográficos en un verdadero cenagal. “Seven, 1995”, del hoy tan alabado David Fincher, se convirtió en un inesperado éxito en la taquilla de medio mundo, y desde entonces han llovido por doquier imitaciones de la misma. No voy a elaborar un listado de estas por lo cansino y extenso que resultaría a estas alturas, pero seguro que a todos nos vienen con facilidad un puñado de títulos a la mente: sin ir más lejos, el año pasado, en Sitges 2008, se proyectó una de estas pésimas imitaciones, “Anamorph, 2008”, de fácil olvido para la mente del espectador.
Pues bien, este año podemos “deleitarnos” con otra de estas imitaciones, plagio, copia o fotocopia (uno ya no sabe discernir de que se trata exactamente), “Horsemen”, dirigida por Jonas Akerlund (conocido principalmente por ser el director de algunos video-clips para grupos como Prodigy, Metallica y Madonna, entre otros). Dave Callaham, el guionista de esta propuesta, cuenta entre sus “logros” anteriores con el guión para una película tan risible como resultó la adaptación para la gran pantalla de un conocido videojuego, “Doom, 2005”.
La propuesta de Akerlund deviene una desangelada película que sigue al pie de la letra todos los tópicos imaginables que puedan remitir a films como “Seven”, “El Silencio de los corderos” o “Jennifer 8”; es decir: detective de vuelta de todo, con un pasado trágico (en esta ocasión, el personaje interpretado por Dennis Quaid arrastra a sus espaldas la muerte de su mujer), incapaz de llevar las riendas de la relación (inexistente) con sus hijos; un compañero de trabajo fiel que sigue al primero alládonde vaya; estética visual siniestra íntimamente ligada al sexo y la tortura, con visitas incluidas a locales de mala vida en los que se escucha música dura; escenarios del crimen iluminados con profusión de luces rojas y mensajes misteriosos y crípticos escritos en las paredes; personajes torturados que recurren a fragmentos del Antiguo Testamento para justificar un reguero de crímenes (en esta ocasión relativos a los 4 Jinetes del Apocalipsis); un argumento que, conforme avanza, estrecha los lazos entre el detective y los criminales a los que persigue, hasta desvelar que se trata de alguien perteneciente al círculo íntimo de amistades del protagonista o, en su defecto, alguien que envidia o le reprocha algún aspecto de su vida; crímenes artísticos, meticulosos, sangrientos y dolorosos; y, en fin, un auténtico aluvión de elementos reconocibles hasta por los espectadores menos avezados.
Lo peor, como ya ocurría con “Anamorph”, es que, guión al margen, el director no demuestra ni tan sólo un mínimo de creatividad visual que haga aceptablemente apetecible su propuesta. Sus planos son aburridos, mediocres, convencionales; su capacidad para la creación de atmósferas turbulentas es nula, y en ningún momento logra transmitir el malestar necesario al espectador; los actores confunden inexpresividad con sobriedad (mala dirección de actores por parte de Akerlund).
Lo más destacable de la propuesta reside en la delirante idea que motiva los asesinatos de los 4 adolescentes Jinetes del Apocalipsis: dar una lección a sus padres, que los han dejado de lado durante demasiado tiempo, negándoles el cariño que tanto necesitaban.
Pero no contento con esto, divertido de puro risible, el guionista sugiere la posibilidad de que los 4 Jinetes sean únicamente una señal que los miles de seguidores de los mismos (vía internet)están esperando para llevar a cabo una verdadera oleada apocalíptica (y quizás a nivel mundial) de asesinatos propiciados por adolescentes cabreados (sic). Que pena que el thriller terrorífico actual no encuentre métodos más sólidos y atractivos para seducir al espectador.
Si hay un verdadero cuerpo sin vida en «Horsemen», ese es el que corporeiza el propio film: un cadáver que ya huele.
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