Shutter Island (2010)
Teddy Daniels es un U.S Marshal que viaja a la isla de Shutter Island con la intención de averiguar el paradero de una paciente desaparecida del Hospital Ashecliffe, una institución psiquiátrica para los pacientes dementes más peligrosos. Los progresos en la investigación le llevarán a descubrir misteriosos acontecimiento que tienen lugar en la isla.
SE RECOMIENDA NO LEER ESTA CRÍTICA A QUIÉN NO HAYA VISTO LA PELÍCULA, SE REVELAN ELEMENTOS IMPORTANTES DE SU DESARROLLO ARGUMENTAL.
El título traducido al castellano de la nueva película dirigida por Martín Scorsese vendría a ser algo así como “La isla obturador”. Obturador es un dispositivo fotográfico que controla el tiempo durante el que se expone a la luz, por ejemplo, al celuloide del que está constituido la película cinematográfica. El tiempo que permanece abierto el obturador influye directamente en la cantidad de luz que alcanza al elemento fotosensible con el que se trabaja.
El término en cuestión no sólo forma parte del poético título de la nueva película del realizador ítaloamericano, sino que es tomado por Robert Richardson, el gran director de fotografía de las últimas películas de Scorsese (“Casino”, “Al límite”, “El Aviador”), Tarantino (“Kill Bill 1 y 2”, “Malditos bastardos”), o de nada menos que 11 películas junto a Oliver Stone (desde “Salvador” hasta “Giro al infierno”) como claro concepto visual para dar textura y atmósfera, pero también capacidad simbólica, a “Shutter Island”.
Por supuesto, en cualquier película que se filme, el trabajo con el obturador y el diafragma son fundamentales para lograr unos determinados objetivos artísticos, pero Scorsese y Richardson trabajan a fondo los conceptos de presencia/ausencia de la luz para sembrar de misterio y inquietud el viaje mental (David Lynch lo calificaría de “fuga psicogénica”) que emprende Teddy Daniels (Leonardo Dicaprio). Por encima de estos dos aspectos mencionados que relacionan la palabra obturador con el film de Scorsese, hay otro todavía más interesante: la mente de Teddy Daniels también actúa como un obturador, permitiendo o bloqueando el paso de la luz que ilumina esporádicamente su turbia conciencia.
El recorrido argumental de Shutter Island” es tan “lynchiano”, “polanskiano” o “kafkiano”, como, al mismo tiempo, deudor de películas clásicas como la memorable “Corredor sin retorno” (“Shock Corridor”, 1963, Samuel Fuller) o de las texturas visuales que Nicholas Musuraca lograba para “Out of the Past” (“Retorno al pasado”, 1947, Jacques Tourneur), pero se hace necesario dejar claro que “Shutter Island” es, por encima de todo, un film Scorsesiano: cualquiera que haya visto películas como “Taxi Driver”, “¡Jo, que noche!”, “El rey de la comedia”, “Al límite”, “El aviador” o “Infiltrados”, debería tener bastante claro que temas como la perdida de identidad, la esquizofrenia, la conspiranoia, el hombre moderno y su relación con la violencia, etc. son profundamente afines al cine del realizador. Además, todas las películas mencionadas adoptan la subjetividad narrativa a la hora de acercarse a sus personajes protagonistas, lo que provoca, por parte de los mismos, una “filtración mental” de los acontecimientos externos, cotidianos.
No andan muy lejos, algunas de las “irreales” imágenes percibidas por la mente de Teddy Daniels en “Shutter Island”, de algunas de las mostradas en “Kundun” o “Al límite”, también pertenecientes “subjetivamente” a sus respectivos protagonistas: el decimocuarto Dalai Lama, y Frank Pierce, un conductor de ambulancias de Nueva York, también sufrían de visiones y alucinaciones relativas a sus miedos o remordimientos más íntimos.
Desde la primera secuencia de “Shutter Island”, que muestra al agente federal Teddy Daniels echándose agua al rostro y repitiéndose a sí mismo las palabras «No pierdas la cabeza, Teddy», en el estrecho aseo del barco que lo lleva, a él y a su nuevo compañero de trabajo, Chuck Aule (Mark Ruffalo), al Hospital Ashecliffe, una institución psiquiátrica para los pacientes dementes más peligrosos, situada en una isla frente a la costa de Boston, Scorsese deja claro que Teddy sufre de un enturbiamiento mental que no le deja pensar con claridad: el inicio de «Shutter Island» permite una ambigüedad narrativa que se extenderá a todo el relato: a estas alturas, es difícil que un espectador actual, acostumbrado a los requiebros narrativos de films como “Memento”, “El Prestigio”, “El Sexto Sentido” (y otros films de M. Night Shyamalan), “El club de la lucha”, “Alta tensión”, y otras muchas películas, más o menos recientes, pueda ser “engañado” por Scorsese; el engaño, desde luego, no forma parte de las intenciones del director italoamericano, mucho más preocupado por dotar de coherencia narrativa y empaque visual a su propuesta: el uso expresivo del espacio cinematográfico, la fotografía y el uso del color, la forma de sugerir aspectos de la narración gracias a la forma de encuadrar a los personajes en relación con los espacios que transitan, las miradas que se cruzan los diversos personajes entre ellos, los movimientos de cámara, etc.
La primera secuencia del film, como decíamos, es harto reveladora de las intenciones del cineasta, y no sólo por la actitud que muestra Teddy en los primeros planos que se le dedican, sino también por el irreal fondo de nubes tormentosas que encapotan los cielos contemplados desde la cubierta del barco: cielos similares, en su falsedad visual, a algunos planos del cine de Hitchcock: sin ir más lejos, vale la pena recordar la secuencia de la estación de tren de “Con la muerte en los talones”, en la que Roger O. Thornhill (Cary Grant) se hace pasar por mozo de estación para huir de sus perseguidores: también el maestro del suspense emplea, en esta secuencia, falsos fondos para sugerir la mascarada que es, en sí misma, toda la situación que vive Roger: el film de Hitchcock, vale la pena recordarlo, también trata de un personaje, el mencionado Roger O. Thornhill, al que un misterioso grupo de desconocidos quiere hacer creer que en realidad se llama George Kaplan: toda la lucha emprendida por Roger en este gran film será para reafirmar su verdadera identidad personal.
También hay un plano en “Shutter Island” que recuerda, y no poco, a un célebre plano de “La hora del lobo”, de Ingmar Bergman: se trata de la imagen de una niña muerta hundiéndose en las profundidades del mar. Quizá, y sólo quizá, un detalle (y homenaje al director sueco) de lo más intencionado por parte de Scorsese: en la película de Bergman era el actor Max Von Sydow el que interpretaba a un personaje que acababa con la vida de un niño que le atacaba irracionalmente, para posteriormente observar, aterrado y fascinado, el hundimiento del cuerpo en el interior de unas oscuras aguas; en “Shutter Island”, el mismo actor sueco interpreta un destacado papel.
La mente de Teddy Daniels distorsiona acontecimientos, amplifica distancias físicas, manipula y dota de extrañas finalidades a los espacios reales por los que transita. El diseño artístico y de decorados de la película funciona en esa dirección: como proyección física de los vaivenes mentales de Teddy; ej: el faro de la isla es un lugar revestido, por la mente del detective, de siniestras connotaciones, pero, al mismo tiempo, es empleado por Scorsese y sus guionistas como espacio metafórico y freudiano: en ese lugar, al final de la película, Teddy sufrirá una “resplandeciente” iluminación de su conciencia. Por otro lado, encontramos la secuencia en la que Teddy desciende por un (casi) impracticable, para un ser humano, acantilado: el propio Scorsese alude, en una entrevista publicada en La Vanguardia, a este espacio: ¿es realmente tan rocosa la isla?, ¿existen de verdad las cuevas?, ¿son tan altos los acantilados?. Un fragmento tan extraño y hitchcockiano en su formulación dramática y visual como la secuencia desarrollada en el monte Roosevelt en, otra vez, “Con la muerte en los talones”.
Tras descender por el acantilado, Teddy vislumbra el interior de una cueva, en cuyo interior encuentra a la desaparecida (y motivo de su llegada a la isla) Ethel Earton (Patricia Clarkson). La conversación entre ambos personajes es filmada por Scorsese con un sencillo plano-contraplano que incluye en primer término de la imagen, por delante de los rostros de ambos personajes, el elemento visual del fuego de una hoguera. Otro uso metafórico, el del fuego, relacionado de nuevo con la “luz”, estrechamente vinculado con las palabras que Ethel emplea para “despertar” al confundido Teddy.
Respecto a la capacidad que tiene la mente de Teddy para deformar la realidad, existen otros buenos ejemplos que atañen a espacios y acontecimientos que tienen lugar en la isla: el laberíntico, barroco y perturbador entramado de pasillos por el que corren libres los locos más peligrosos del centro; o la brutal manifestación climatológica que tiene lugar durante la visita de Teddy y su compañero Chuck al cementerio de la isla, y a consecuencia de la cual los árboles son arrancados de sus raíces para arremeter salvajemente contra ambos hombres.
La película, como en otras ocasiones en el cine de Scorsese, contiene una clara reflexión filosófica en torno al ser humano y su empleo instintivo de la violencia: Teddy es un hombre trastocado por la misma tras su traumático paso como soldado, junto al ejército americano, por los campos de concentración alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los misteriosos personajes que Teddy encuentra en la isla insta al detective a mostrar su faceta más agresiva durante una filosófica conversación entre ambos hombres, que gira en torno a la necesidad humana de un instinto agresivo.
En mi opinión, el punto de partida de “Shutter Island” es extraordinariamente audaz: un personaje que ha perdido el norte, que se ha vuelto loco, intenta frenéticamente investigarse a sí mismo, adjudicándose el papel de detective y revistiendo al contexto espacial y humano que lo rodea de los ropajes de una película de misterio, con la finalidad de hallar luz al final de su túnel, su abismo personal: cuándo al final halla luz, una respuesta coherente que satisface a su confundida mente, la verdad le ciega.
El excelente cartel español (y supongo que internacional) de la película, resume en su diseño las ideas fundamentales de “Shutter Island”.
Es posible que el film no se agote en una única lectura, pero habiéndolo visionado una sola vez, me permito optar abiertamente por la posibilidad que me parece más atractiva. Basta pensar en la posibilidad de que la percepción de Teddy pueda estar deformada por drogas suministradas por sus “médicos” para insuflar una potente carga de ambigüedad a la película. Habrá que comprobar, en futuros visionados, si, pese a su interés, “Shutter Island” es totalmente rigurosa a nivel formal y estructural, o adolece de ciertos cabos sueltos que impiden hablar de un film redondo.
Por lo pronto, “Shutter Island” me parece la película más interesante estrenada en los dos primeros meses de 2010, por encima de películas interesantes como “Un tipo serio”, “La cinta blanca”, o el “Teniente corrupto” de Werner Herzog, film más interesante de lo que me pareció en un primer visionado en Sitges 2009.
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