La Jetée (1962)

La Tercera Guerra Mundial ha destruido París, entre otras ciudades. Un hombre será escogido por un grupo de científicos gracias a su capacidad para retener imágenes del pasado, una cualidad que puede permitirles viajar al pasado y intentar restituir el mundo perdido. La imagen que él recuerda con más fuerza es la de una mujer en un aeropuerto, pero…
“La Jetée” es, junto a “Alphaville” (Idem, 1965), de Jean-Luc Godard, “Je T´aime, Je T´aime” (Idem, 1968), de Alain Resnais, y otros títulos de los años 60, la prueba aportada por varios cineastas franceses de que un cine de ciencia ficción diferente era posible. En un cine como el actual, en el que los cineastas de todo el mundo parecen haber fusionado su forma de entender el lenguaje audiovisual despojándolo de señas de identidad culturales propias, recuperar un título como “La Jetée” es prácticamente obligatorio, y además se trata de una obra capaz de marcar con rotundidad la diferencia con cualquier otra película. El film, al igual que los otros citados, es francés hasta la médula.
De entrada, decir que la película está compuesta no por imágenes en movimiento (la esencia del cine) sino por fotografías, y que estas se acompañan de una voz en off, música, sonidos, etc. Por supuesto, que Marker conciba su película con imágenes fijas no significa que descuide todo lo relativo a la fotografía, al atrezzo, a los encuadres, a los efectos de montaje, y otros significativos elementos del lenguaje del cine.
El protagonista del film sufre “el efecto Cassandra”, es decir, tiene la capacidad de predecir la tragedia, pero en modo alguno evitarla, y sobre este “círculo” construye Marker la estructura del film: el inicio y el final trazan un bucle narrativo: el protagonista en un aeropuerto, siendo todavía un niño, testigo de una imagen que quedará grabada en su memoria: la visión de una mujer.
La Memoria y el Tiempo son los temas centrales de la película; alrededor de ellos orbita el tema del Amor, que Marker concibe como la fuerza capaz de salvar al ser humano (y en esto coincide plenamente con los otros títulos franceses citados, que comparten igual gusto por el Amor como fuerza positiva en el mundo).
Las referencias a la película “Vertigo” (Vertigo, 1958) (un film construido no en círculo pero sí en espiral, por lo que su elección no es gratuita en modo alguno), de Alfred Hitchock, son utilizadas por Marker para dotar a algunas secuencias de “La Jetée” de un sentido dramático cercano a las que tenía el mago del suspense en aquel título. En concreto, Marker retoma dos secuencias de la película de Hitchcock: la secuencia de la floristería, con Jeffrey observando a Madeleine desdoblada gracias a un espejo; y la secuencia que transcurre en el bosque de secuoyas, con Madeleine creando un momento poderosamente onírico al referirse a la posible fecha de su nacimiento señalando con su mano sobre uno de los círculos del tocón de uno de los árboles centenarios, expuesto junto a letreros que marcan el devenir histórico de EE.UU.
El primer momento citado (el desdoblamiento en el espejo) sirve a Marker para dotar a la chica de “La Jetée” de carácter ilusorio: es un espejismo, un ideal, y como tal es inalcanzable.
El segundo tiene una función más importante, relacionada con el tema del Tiempo: el breve instante del nacimiento de la chica, reflejado en las líneas del tocón, que abarcan decenas de años de existencia, viene a ser la manera de expresar visualmente que los seres humanos no somos más que motas de polvo perdidas en el infinito. En este mismo sentido, Marker crea la extraña secuencia del museo de animales disecados o recreados: un museo de la vida (pasada, en muchos casos ya extinguida) en la tierra. Un lugar cargado de funestas connotaciones para un hombre que viene de un futuro devastado en el que miles de personas han muerto, haciendo peligrar el futuro de la especie humana.
A la hora de recrear un futuro plausible, a Marker le vale con utilizar sencillos efectos fotográficos, un vestuario, una señal en la frente de un pesonaje, o unas gafas que doten a un actor de un aspecto entre siniestro y sofisticado. El sonido es otro de sus aliados imprescindibles: el sonido ensordecedor de un avión, voces que susurran, provenientes de un frío futuro, etc.
Como oposición radical al Apocalipsis causado por el ser humano, Marker opone la imagen del Amor, la única capaz de generar esperanza, y por eso el director se permite integrar en el fluir de las imágenes un plano capaz de oponerse a la ausencia de movimiento de la imágenes fijas: imagenes sin movimiento de la chica, fotografiada en varios momentos de un mismo movimiento perezoso en una mañana luminosa, que gracias a los fundidos encadenados que enlazan los diversos saltos en su gesto, crean la ilusión de, progresivamente, ir adquiriendo un movimiento real, hasta finalmente restituir la imagen cinematográfica: 24 imágenes por segundo. La única imagen de vida en un mundo muerto.
Terry Gilliam dirigiría a mediados de los años noventa una especie de remake declarado de esta película, “Doce Monos”, que en modo alguno alcanzó la calidad y inventiva del original, pese a tener algunos momentos interesantes.
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