Lo Imposible (2012)

Maria (Naomi Watts), Henry (Ewan McGregor) y sus tres hijos comienzan sus vacaciones de invierno en Tailandia, pasando unos días en un paraíso tropical. Pero en la mañana del 26 de diciembre, cuando la familia se relajaba en la piscina después del día de Navidad, un rugido terrible se eleva desde el centro de la tierra. María queda paralizada por el miedo, mientras un enorme muro de agua negro recorre todo el recinto del hotel hacia ella. Henry trata de coger a sus dos hijos más pequeños, Simon y Thomas, pero es demasiado tarde: la ola rompe en él con una fuerza increíble y pierde el control. María es empujada bajo el agua, se golpea y es maltratada por el agua y los escombros hasta dejarla al borde de la muerte. Finalmente sale a la superficie en un mar embravecido, que ha sumergido por completo el hotel de tres pisos y el paisaje circundante. María jadea para respirar, mientras trata de entender lo que acaba de ocurrir, convencida de que su familia ha sido borrada en un abrir y cerrar de ojos. Pero entonces, su hijo mayor, Lucas (Tom Holland), sale a la superficies unos metros más adelante enmedio de la inundación salvaje. Cara a cara con algo incomprensible e inesperado ella debe luchar contra todo para la supervivencia de su hijo y la suya propia.

Tengo que reconocerlo: después de la mediocre El orfanato (2007), mis expectativas personales respecto al segundo largometraje de J.A. Bayona eran más bien pocas, y justo después de haber asistido al pase matinal del mismo en Sitges 2012, y a tenor del resultado final que arroja el film, apenas puedo permitirme cambiar de opinión. Lo imposible se ajusta punto por punto a los parámetros habituales en aquellas producciones que buscan – a cara descubierta y sin compasión, y en el orden que cada uno prefiera-  el éxito desmedido en la taquilla, el reconocimiento de prestigiosos galardones cinematográficos, llegar al corazoncito (y si es posible arrebatárselo) de los espectadores, y dar la falsa impresión, gracias a la autoinducida inercia mediática que las acompaña, de que su realizador es un fenómeno artístico nacional sin parangón, y de que nadie puede/debe perderse el acontecimiento cinematográfico de gran magnitud que representa el estreno en salas de su obra.

Siendo honestos, el film tiene sus incuestionables virtudes: en primer lugar, posiblemente estemos hablando, en su vertiente técnica, del film visualmente más espectacular de la historia del cine español. Y esto puede significar, en un plazo de tiempo más o menos breve, y como también demuestra el auge del cine de animación español en estos momentos, que el cine de nuestro país alcance finalmente una excelencia técnica, que desde muchos atrás parece haber sido exclusiva en toda Europa de la poderosa industria cinematográfica francesa. Por otro lado, tanto Naomi Watts como Ewan McGregor defienden con profesionalidad sus respectivos roles principales, los cuales les exigen un trabajo físico y emocional que se intuye agotador, y además aparecen muy bien secundados por el pequeño actor Tom Holland, quien interpreta con convicción al hijo mayor de la pareja. Y ya por último, la fotografía de Óscar Faura presenta una factura técnica a la altura del cine comercial de gran espectáculo norteamericano.

Todo lo dicho es bueno en si mismo considerado, pero no logra dotar de auténtica alma y interés humano a un film que opta en todo momento antes por sacrificar la autenticidad de las emociones de los personajes en beneficio del sensacionalismo emocional más descarado (ya se sabe, la madre coraje…) y de las convenciones narrativas más anquilosadas de las que ha hecho gala durante décadas el cine-espectáculo más rancio. Con el pretexto de estar basada en hechos reales, Lo Imposible pretende vendernos descaradamente todo un arsenal de convenciones narrativas, y de personajes y emociones arquetípicos, como si fueran nuevos, complejos o dignos de interés. Todo esto ya lo hemos visto mil y una veces anteriormente en el cine, a veces con mejores resultados, a veces con peores, pero casi siempre con pretensiones artísticas bastante más modestas. Bayona y sus productores pretenden ofrecer gato por liebre al espectador, o lo que es lo mismo, venden un producto comercial cuya existencia obedece a las leyes más elementales de la mercadotecnia bajo la apariencia engañosa de cine de altos vuelos artísticos: pocos días antes, y en el mismo marco del Festival de Sitges, ha podido verse un film en cuyas imágenes se encuentra todo el cine que la obra de Bayona no sabe o no puede ofrecer: se trata de Holy Motors, de Leos Carax.

 

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