Los Cronocrímenes (2007)

Un hombre regresa al pasado y se encuentra consigo mismo. El hombre intenta averiguar las razones que le han llevado a esa extraña situación al mismo tiempo que los interrogantes se acumulan en su mente: una chica desnuda en el bosque y, sobre todo, la extraña presencia de un hombre con el rostro oculto tras un vendaje rosado, son algunos de los misteriosos personajes con los que se cruzará y que incrementarán el enigma.
La opera prima de Vigalondo, inmersa en el territorio de la ciencia-ficción, resulta agradable, por arriesgada en el cine español; pero al mismo tiempo hay que reconocer que la propuesta es fallida.
Por un lado, Vigalondo concibe su propuesta genérica sin recurrir a un departamento de decorados y efectos especiales que intente recubrir de autenticidad el contexto en el que se desarrolla la trama: el laboratorio en el que el “aprendiz” de científico, interpretado por el propio director, origina todo el altercado de paradojas temporales, es descrito de la forma más económica posible, como acostumbra a ser de rigor en el cine de ciencia-ficción patrio, incapaz de asumir ciertos riesgos económicos, siendo precisamente el género de ciencia-ficción uno de los que más necesita grandes cantidades de dinero para resultar creíble.
Vigalondo reduce su
Vigalondo reduce su esquema de personajes a cuatro, y curiosamente estos se convierten en simples piezas de un mecanismo narrativo que busca cierta complejidad, siendo su entidad como personajes realmente mínima: al director parece interesarle mucho más ese ingenioso mecanismo narrativo que tiene entre manos que sus propios personajes, que distan mucho de resultar atractivos para el espectador, y están lejos de despertar simpatías o adhesiones a sus desgracias: más bien se asiste de forma poco participativa a las desgracias de los mismos, con cierta frialdad.
El protagonista de la historia carece de complejidad humana, y es pobremente definido mediante unos pocos rasgos de torpeza y comicidad, y por otro lado un voyeurismo causante de toda su desgracia: todo el mecanismo narrativo de la película se pone en marcha al ver el protagonista a una chica desnuda a través de sus prismáticos.
Este detalle de caracterización del personaje intenta dar un tono narrativo a la película: la comicidad y la ironía.
Lamentablemente, la película no escoge abiertamente el camino de la ironía, y en muchos momentos parece ser mucho más seria, lo que impide que el espectador sepa a que acogerse: el científico interpretado por Vigalondo va encaminado a aumentar ese aspecto cómico de la película, pero su interpretación es demasiado mundana, y está mucho más cerca de las interpretaciones de una teleserie española que de un verdadero actor cómico de cine (solo hay que ver su indumentaria, que lo hacen parecer un tipo cualquiera de la calle antes que alguien con pretensiones científicas, pero bueno…), con lo que la comicidad depende exclusivamente del tono con el que el actor-director dice sus frases, y también de lo receptivo que el espectador esté a este sentido del humor, tan habitual en el cine actual: estamos muy lejos de Jerry Lewis, Frank Tashlin o otros grandes del humor cinematográfico, capaces de construir gags de forma visual, y no meramente a través del diálogo.
En todo caso, la forma de retorcer la historia por parte de Vigalondo, y de en este caso, sabiamente recuperar objetos o situaciones vistas al inicio de la película, para ir creando esa sensación de repetición que crea un verdadero agobio en el espectador, funciona sobre todo en su primera hora de metraje, antes de que el relato haga alarde de un excesivo retruécano narrativo encaminado al final más absurdo y nihilista posible. Son 90 minutos, pero uno tiene la sensación de que al recurrir a muy pocos actores y espacios, la situación se reduce demasiado y por lo tanto se cae en la reiteración, lo que no favorece en nada al resultado final.
Lo más destacable de la propuesta, en mi opinión, es el empeño de Vigalondo por narrar con imágenes algunas situaciones de la película, dejando de lado los diálogos. Son, en líneas generales, secuencias en las que el personaje protagonista investiga los detalles de los espacios en los que se encuentra, intentando indagar en la similitud de ese momento con lo vivido por el personaje en otro instante, ya que cualquier objeto fuera de lugar o cualquier error puede serle verdaderamente catastrófico.
De algún modo, la peripecia narrativa de «Los Cronocrímenes» viene a ser una mezcla entre “Atrapado en el Tiempo” y “Mis Dobles, mi Mujer y Yo”, dos películas de Harold Ramis que acertaban un poco más en su mixtura entre comedia y cine fantástico.
El camino de Vigalondo no va a ser nada fácil en territorio español, y más cuando su ópera prima ha tardado dos años en estrenarse comercialmente, existiendo en la actualidad un proyecto de remake americano. Además la tendencia a ensalzar operas primas, que no están tan logradas como algunos dicen, lo único que logran es perjudicar a los directores de las mismas. Sino, véase, al margen del mercado español, lo ocurrido con un director como M. Night Shyamalan: un director con talento del cual parecen esperarse obras maestras continuamente, como si su cine no tuviera defectos, todo ello provocado por la recepción un tanto desmedida de su segunda película profesional, “El Sexto Sentido” .
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