Muñecos Infernales (1936)
Paul Lavond y Marcel escapan de presidio, donde cumplen una larga condena, y juntos se dirigen a la casa perdida en los pantanos que tiene el segundo, un científico de ideas un tanto extrañas. Durante su estancia, Marcel y su mujer, Malita, revelan a Lavond la naturaleza de los experimentos que llevan a cabo: un proceso de miniaturización de seres vivos, pero sobre todo humanos, a los que posteriormente pueden manipular con el poder de la mente. Marcel muere durante el experimento más logrado de todos, y Lavond se alía con la viuda de aquel con la intención de servirse de los seres miniaturizados para llevar a cabo una venganza dirigida contra la gente que lo encarceló.
Tod Browning transitó por los territorios de lo bizarro como pocos directores posteriores han logrado, pero por encima de todo, supo dotar a sus historias de un enfoque humano que hiciera comprensibles al espectador las decisiones de sus personajes, por muy extrañas que estas pudieran parecer.
La etapa más fructífera de Browning estuvo condensada en la década de los años 20 del siglo pasado, época en la que logró varios éxitos artísticos consecutivos, incluido el magistral film “Garras Humanas” (The Unknown, 1927); pero, sin duda alguna, la película por la que más se le recuerda, perteneciente ya a su etapa sonora, es la extraordinaria “Freaks”, realizada en el año 1932.
«The Devil-Doll» es una notable película, que logra dotar de un carácter complejo a su protagonista, Paul Lavond (Lionel Barrymore). Por un lado, es una persona que acumula un poso de odio sedimentado tras una larga estancia de 17 años en la cárcel por algo que no hizo; por otro, Paul anhela hacer todo lo posible por el bien de su hija, que no le tiene mucho cariño a su padre, al que culpa de la desgraciada relación que este tuvo con su madre.
Tod Browning es capaz de hacer comprensible la tragedia de Paul Lavond gracias a estos dos polos opuestos del ser humano sobre los que se construye el personaje: es capaz de matar, pero también es capaz de amar.
La zona pantanosa y perdida en la que Marcel desarrolla sus investigaciones define, como espacio cinematográfico, el carácter oculto y marginal de esos experimentos. Las intenciones del personaje son terroríficas y ese espacio se convierte en una exteriorización visual de lo que anida en el interior de Marcel. De alguna manera, personaje y ambiente van indisolublemente unidos, una característica que estaba muy presente en los films de Browning, director que tenía muy claro que determinados comportamientos humanos sólo podían ser creíbles contextualizándolos en espacios adecuados a los mismos, capaces por sí solos de definir y matizar esas actitudes.
La reacción de Paul Lavond (primero de profunda repulsa, luego de intimo interés) al ver con sus propios ojos a un ser humano miniaturizado, revela la verdadera naturaleza del personaje, esencialmente positiva; pero su inquietante mirada, ansiosa y aprobadora al mismo tiempo, sugiere un poso negativo, que más tarde será efectivamente revelado al espectador: Paul quiere llevar a cabo una venganza, y los resultados de ese experimento le sugieren maneras de consumarla.
La extraordinaria prestancia interpretativa de Lionel Barrymore (que en esta ocasión demuestra ser un digno heredero del camaleónico Lon Chaney que trabajó a las ordenes de Tod Browning: en los papeles que asumía el mítico actor, el disfraz resultaba fundamental para el desarrollo de personajes y trama), capaz de elaborar una “performance” ejerciendo de abuelita vendedora de unos sofisticados muñequitos que obedecen los deseos de sus amos, es, sin duda alguna, uno de los puntos fuertes del film. La credibilidad de la trama se apoya en la labor del actor, sin cuya buena labor harían aguas la mayor parte de secuencias de la película.
Las secuencias en las que los humanos miniaturizados llevan a cabo sus asesinatos, sirviéndose de una aguja envenenada, se hallan entre las más inquietantes de la película.
En una de estas secuencias Browning hace un magnífico uso del tempo cinematográfico, logrando un clima asfixiante; además el director aumenta los efectos del suspense gracias al empleo obsesivo del sonido de un reloj, que se convierte en emisario de la muerte. Los planos del personaje que va a morir, cada vez más crispados y mostrando una actitud cada vez más paranoica y insegura, combinados con los planos de Lavond, vestido de viejecita, en la calle, frente al balcón del hombre, haciendo uso de su mente para enviar ordenes a sus “muñecos”, dan como resultado una de las secuencias más logradas de todo el film.
Lavond comete crímenes casi perfectos, pues las víctimas (caso de uno de los personajes de los que quiere vengarse el protagonista), pese a conocer de antemano la hora prevista de su muerte, son incapaces de defenderse, ya que desconocen los inimaginables métodos criminales de su enemigo, y al mismo tiempo conocen con certeza lo infalibles que han resultado ser en ocasiones previas.
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