Nausicaä del Valle del Viento (1984)
Nausicaä, princesa del Valle del Viento, hábil guerrera y piloto, se caracteriza por el respeto y el amor incondicional a toda forma de vida, incluidos unos peligrosos insectos mutantes, surgidos como consecuencia del apocalipsis provocado por una guerra mundial. Un conflicto estallará cuando la princesa Kushana, al mando del ejército del reino de Tolmekia, inicie la invasión del Valle del Viento, provocando un enfrentamiento entre ambos pueblos al mismo tiempo que la naturaleza se defiende de los belicosos humanos mediante el ataque de unos artrópodos gigantescos conocidos como Oms.
El estreno (o reestreno, como es el caso) de un film de Hayao Miyazaki no debería pasar inadvertido a los interesados por el cine de animación, en particular, pero tampoco, ni mucho menos, a los cinéfilos en general. El viernes, día 7 de mayo, se estrenaron nada menos que nueve películas. Entre ellas, se encuentran films de (en principio) tan poco atractivo como «Un ciudadano ejemplar», «Noche loca», «Viaje a África» o «El pequeño Nicolás»; films decepcionantes como «Habitación en Roma», de Julio Medem; y films que provocan las dudas razonables del respetable (aunque, por supuesto, quizá entre ellas se halle alguna sorpresa), como «El último verano de la Boyita», «Madre amadísima» y «Mentiras piadosas». La novena película en cuestión, y en mi opinión de un interés incuestionable, es el film de Miyazaki.
No soy un experto en cine anime, pero he seguido con gran interés, durante algo más de una década, los progresos de este realizador clave (dicen los entendidos) en el género. No voy a ser yo quien les quite la razón, pues «La princesa Mononoke» (Mononoke-hime, 1997), «El castillo ambulante» (Hauru no ugoku shiro, 2004) y «Ponyo en el acantilado» (Gake no ue no Ponyo, 2008) me parecen films excelentes, aunque, por encima de todos ellos se erige la excepcional «El viaje de Chihiro» (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001).
Al igual que en «La princesa Mononoke», el conflicto dramático esencial de «Nausicaä del valle del viento» reside en la lucha que entablan las fuerzas de la naturaleza en respuesta a la fuerza destructora de la que hace gala el ser humano. De hecho, y por establecer un símil clarificador, si en «Cromosoma 3» (The Brood, 1979), de David Cronenberg, el Dr. Hal Raglan utilizaba un tratamiento llamado «Terapia psicoplásmica», con el cual trataba de inducir en sus pacientes un estado psicológico realmente intenso que lograra exteriorizar de forma física sus males internos (además de tener publicado un libro al respecto, titulado «La manifestación de la Ira»), en la película del realizador japonés es el propio planeta Tierra el que manifiesta, en la forma de unos monstruosos seres artrópodos llamados Oms, un profundo odio hacia el ser humano, que debido a una guerra mundial ha contaminado las ciudades con gases tóxicos que han generado multitud de insectos mutantes gigantes.
Por supuesto, semejante entorno, nocivo para los seres humanos protagonistas del film, da pie al realizador japonés para la creación de un mundo visualmente onírico, casi lisérgico, y del cual emana con transparencia la filosofía «new age» habitual en sus films (o, por lo menos, en los que he podido ver): dicho de otro modo, Nausicaä y el resto de habitantes del Valle del Viento buscan la armonía y la paz interior, a través del amor a la vida que surge cuando uno es completamente consciente de ser parte integrante del Universo, y de las graves repercusiones que las acciones erróneas pueden tener para la continuidad del mismo.
La planificación y el montaje del film son esencialmente clásicos (obra de la coordinación, por parte de Hayao Miyazaki, de un extenso y muy meritorio equipo de animadores y creadores), y en muchos momentos quizá excesivamente funcionales para mi gusto, sobre todo puestos en comparación con algunas de las brillantes ideas que anidan en el interior de sus films más recientes. Lo más determinante de la película debe buscarse en la riqueza y coherencia de la que hace gala su mundo conceptual: los monstruosos Oms, que expresan su belicosos sentimientos a través del color de su cuerpo (ej: cuando estos seres alcanzan la paz, durante la batalla final que mantienen con los humanos, su cuerpo cambia de un agresivo color rojo a un color azul mucho más sereno; es decir, sus emociones, literalmente, se enfrían); artilugios como el mehve, un planeador monoplaza empleado constantemente por Nausicaä, y que sólo necesita de la fuerza eólica para su funcionamiento (coherentemente con el respeto por la naturaleza que demuestra la protagonista); o, en un sentido similar al anterior, la escopeta que emplea Nausicaä , y que, con el afán de no destruir la vida, dispara a sus enemigos proyectiles aturdidores o de luz. Evidentemente, durante el transcurso del film se pueden encontrar muchos más detalles visuales y narrativos interesantes, pero los pocos mencionados sirven para poner de relieve la coherencia narrativa de Miyazaki, quien justifica sus invenciones de forma creíble, dejando de lado la gratuidad que podría contagiar fácilmente a su film, enmarcado en un género tan amplio como es el fantástico.
«Nausicaä del valle del viento» es un buen film, dinámico, imaginativo y tambien didáctico (no sólo el cine erróneamente llamado «social» – o también erróneamente llamado «realista» -, tiene derecho a pretender concienciar al espectador acerca de la importancia que la naturaleza tiene para el ser humano y para la vida en el planeta Tierra). Al igual que en «La princesa Mononoke», las escenas de acción se suceden en el film con bastante constancia, y el clímax de «Nausicaä del valle del viento» recuerda (y no poco) al que también tenía lugar en aquel otro: toda una hiperbólica secuencia bélica, entre humanos y Oms, muy del gusto de un espectador japonés (basta con recordar también el excesivo final de la excelente «Akira«, de Katsuhiro Ôtomo), pero quizás algo cansina para los ojos de uno occidental.
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