
Dos jóvenes y rebeldes científicos realizan un peligroso experimento en el que combinan ADN humano y animal para dar forma a un nuevo organismo al que llamarán DREN. El primer espécimen vivo de DREN pasará, en un breve período de tiempo, de ser una especie de deforme cría femenina a una bella pero peligrosa criatura de aspecto aparentemente humano pero con las capacidades físicas propias de la Quimera de la mitología griega.



Splice, el término inglés que se erige en título de la nueva película de Vincenzo Natali, significa ensamblar, empalmar, y los protagonistas de la historia, Clive y Elsa, dos científicos que carecen de límites morales para llevar a cabo experimentos cuyos resultados no pueden ser anticipados, deciden mezclar Adn´s de origen humano con otros de origen animal.
El argumento de “Splice”, así descrito, no puede ser considerado precisamente original: desde Mary Shelley y su “Frankenstein” hasta H.G. Wells y su “La isla del Dr. Moreau” (y otros muchos personajes de la literatura, claro está) y extendiendo estas creaciones literarias su influencia al cine, con adaptaciones, más o menos fieles, como las películas de Frankenstein dirigidas por James Whale, Terence Fisher o Kenneth Branagh; o del Dr. Moreau, con películas como las dirigidas por Erle C. Kenton o John Frankenheimer, hasta llegar a la reformulación máxima del tema (hasta el momento) que supone “Blade Runner”, de Ridley Scott, la cultura se ha visto notablemente atraída por el papel que la ciencia desempeña en la evolución del ser humano, y la cada vez mayor cercanía que estos progresos establecen entre el ser humano y el concepto de Dios.


Vincenzo Natali no pretende tanto ser original como poner su granito de arena en tal conjunto de obras, y para ello no imagina un ser recompuesto a través de fragmentos humanos muertos y vuelto a la vida gracias a la electricidad, ni tampoco seres cibernéticos con sentimientos muy humanos. Su creación, el DREN,se acerca más a los experimentos que llevaba a cabo el Dr. Moreau en su inquietante isla, pero pasados por el filtro de la “nueva carne” Cronenbergiana. Viendo “Splice” es evidente que existe un vínculo muy fuerte entre esta y películas como “La Mosca” o “Cromosoma 3”.
Si, en general, no caben dudas al respecto de está adscripción al universo Cronenberg, una secuencia en concreto, la de la demostración en abierto, ante un público científico, del acoplamiento sexual entre dos especimenes de DREN, un macho y una hembra, no deja lugar a dudas: ante la mirada de Clive y Elsa ha pasado inadvertido el hecho de que los especimenes escogidos de DREN, por una extraña y desconocida razón, han hecho converger mutuamente sus respectivos sexos hacia la masculinidad, lo que crea, en el interior del recipiente acristalado en el que se encuentran encerrados, una brutal tensión sexual que da pie a una violenta y muy sangrienta escena en la que las criaturas se matan mutuamente. Tanto el contenido como el concepto visual de la secuencia recuerdan a algunas secuencias de “Inseparables” (las escenas de cirugía mutante, con escenas bañadas en un inquietante rojo provisto por el vestuario del equipo médico) o “El almuerzo desnudo” (el brutal y violento acoplamiento sexual de horrendas criaturas mutantes).


Por desgracia, hay que reconocer que el lenguaje visual de Natali aún es demasiado pulcro, con una planificación que muestra una excesiva tendencia a la funcionalidad narrativa en detrimento de un mayor riesgo con las formas visuales. Pese a todo, también hay que reconocer que el director se muestra un narrador más sólido en su última película que en anteriores tentativas como “Cube” o “Cypher”.
Lo mejor de “Splice” es que constituye un intento serio, riguroso, de hacer creíble una historia con criatura anómala (no eran pocos los que esperaban un nuevo “Alien”, o película por el estilo, de este film de Natali): su progresión narrativa es lenta y atmosférica, pero constante y sugerente; la rápida evolución física del DREN y su extraordinaria capacidad para adaptar su organismo a los ambientes más diversos lleva aparejada, paralelamente, la progresiva crueldad y deshumanización de sus creadores, cada vez más aterrados ante lo impredecible que resulta su criatura. Es excelente, en este sentido, la secuencia en la que Clive decide ahogar al DREN angustiado por los problemas que la evolución de la criatura está acarreando. El DREN contrae unas altas fiebres que parecen estar matándolo (su llanto y la reacción que estos provocan en Clive, su “padre”, recuerdan – y no poco – a la criatura protagonista de “Cabeza borradora” y la angustia que esta generaba en su padre, Henry Spencer), y el científico decide acabar con su creación de forma expeditiva; tras un breve forcejeo dentro del agua, la criatura deja de respirar y la pareja de “humanos” respiran aliviados; pero al poco, el cuerpo inmóvil parece recobrar la vida y los científicos descubren que el DREN posee la capacidad de adaptarse a la vida en el agua gracias a una especie de sistema branquial.


Sorprendida por el descubrimiento, y renunciando a la evidencia del intento de asesinato de la criatura llevado a cabo por su novio, Elsa creé que Clive era consciente de que esta adaptación al medio acuático funcionaría y por eso ha forzado a la criatura a manifestarla: «-Lo sabías, ¿verdad?», ante lo que Clive, hipócritamente, replica afirmativamente.
La secuencia ilustra, con clarividencia dramática, el conflicto central de la película: el ser humano quiere jugar a ser Dios, pero desempeñar ese papel implica que ninguna otra criatura puede superar al poder que este representa. El DREN va revelando, progresivamente, un poder impredecible y superior al humano, en lo que puede considerarse un nuevo eslabón (creado en un laboratorio) en la evolución de la vida; pero esa misma evolución implica, casi necesariamente, la aniquilación o desaparición, con el tiempo, de la “débil” especie humana.
Al igual que la Quimera, criatura de la mitología griega, el DREN tiene numerosos complementos físicos, tales como una cola que finaliza en un aguijón similar al de un escorpión; unas enormes alas membranosas que recuerdan a las de un dragón; una piernas extremadamente delgadas que más bien parecen las patas de un ave, etc. Incluso Natali sugiere, a través de la imagen, la más que probable capacidad telepática de la criatura, en la secuencia en la que Clive observa, a través de una cámara de video y con una fascinación prácticamente sexual, a la extraña fémina que ha creado, mientras esta se mueve con soltura por el interior del tanque de agua que él y Elsa han construido para su supervivencia: mientras Clive mira la imagen del DREN en el monitor, la criatura parece tomar conciencia de los pensamientos sexuales de su creador y pega su rostro a la cámara que la está filmando, como si sintiera que él “está ahí detrás”.
“Splice” es una interesante y perturbadora película, con un interesante universo moral y filosófico, aunque es de esperar que, algún día, Vincenzo Natali consiga crear un aparato formal más personal que respalde con mayor poder de subversión visual el contenido narrativo. La película, eso sí, cuenta con dos importantes respaldos visuales: los excelentes efectos especiales y la fotografía de Tetsuo Nagata.







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