The Turin Horse (2010)
Aunque sea arriesgado decirlo estas alturas, cuando todavía quedan varios días (y muchas películas) para dar por terminado el presente Festival de Sitges, lo voy a decir: The Turin Horse es una gran película y probablemente la mejor obra que se verá en el festival. Paco Poch, distribuidor del film en España – que, gran noticia para los interesados en el cine de Béla Tarr, debería estrenarse comercialmente en salas el próximo 15 de Diciembre -, lo dejó bien claro en su presentación del mismo: en otros festivales internacionales en los que se ha proyectado The Turin Horse, aproximadamente un 30% de los espectadores abandonaban la sala, razón por la que recomendó a los asistentes al Auditori de Sitges a actuar del mismo modo en caso de que sintieran que aquella no era su película. La honradez de Poch merece ser destacada, pues hace escasas semanas el nuevo trabajo de Terrence Malick, El árbol de la vida, ha sido causa de la indignación y la protesta de no pocos espectadores – que incluso exigían, a los responsables de los cines a los que habían asistido, la devolución del precio de sus entradas – que pensaban que estaban asistiendo a una película sensible y quizá poética, pero sobre todo mucho más convencional, pues la errónea – y muy avispada – campaña de promoción del film se sustentaba principalmente en la presencia en el mismo de Brad Pitt y Sean Penn.

No creo que Béla Tarr pueda ser considerado propiamente un cineasta clásico, ni tampoco uno moderno, ni mucho menos un posmoderno; probablemente tampoco sea un cineasta vanguardista. Pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el húngaro es un insobornable, irreductible e inigualable artista, pues la mínima anécdota argumental que sustenta las dos horas y media del metraje de The Turin Horse – un padre y su hija, que viven aislados en una cabaña rodeada por la más completa soledad, asisten estupefactos a la desaparición de todo vestigio de vida a su alrededor, misteriosa e inexorablemente barrido por un viento de la nada, casi un huracán cósmico – da pie a toda una depurada, sólida y magistral clase de arquitectura visual y sonora: el film se compone, esencialmente, de elocuentes y muy elaborados planos secuencia de larga duración, y de un magistral uso del sonido y de la música, conjunto que no tiene otra finalidad que llevar al espectador del film a un punto de no retorno en el que este asiste – acompañando a los personajes – a la desaparición paulatina de los elementos que permiten la vida de los seres humanos y de los animales: los primeros no son juzgados, en modo alguno, por el cineasta, pues el realizador contempla y explica a sus personajes a través de sus acciones y del espacio en el que (sobre)viven, el cual les curte con dureza y aspereza, sin contemplaciones, y con esta decisión radical, que relega el papel de los diálogos a su mínima expresión y evita la penetración psicológica más convencional, intensifica el misterio en torno a ellos.


Film pesimista y filosófico – quizá también solipsista -, pero también profundamente humanista, la obra más reciente de Béla Tarr no tiene parangón en el cine actual, y de los films estrenados en 2011 tan solo se me ocurre uno que pueda acercársele en virtudes cinematográficas: estoy hablando del inesperado testamento de Raoul Ruiz, la excelente Misterios de Lisboa. No sabemos si The Turin Horse devendrá también el testamento artístico de Tarr, que ha anunciado el film como el punto final de su carrera (Paco Poch, quien estaría dispuesto a colaborar con el húngaro en la producción de una nueva obra, se mostró escéptico a este respecto), pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el cineasta ha legado, con este y con otros de sus anteriores films, una página de oro a la historia del cine. The Turin Horse es una obra artísticamente tan definitiva para el cine contemporáneo y para el propio Béla Tarr como lo fue en su momento Sacrificio para el cine de los años ochenta y para su realizador, el ruso Andrei Tarkovsky. Inconmensurable.