The Weight (2012)
Jung ha encontrado su sitio en el mundo trabajando en una morgue. Su convivencia con los cadáveres y la sangre parece discurrir bajo una extrañísima naturalidad. Mientras Jung lucha contra la tuberculosis y la artritis, los muertos comienzan a convertirse en sus únicos amigos.
El nuevo trabajo de Jean Kyu-hwan podría haberse convertido fácilmente en uno de tantos títulos que se almacenan directamente (sin premeditaciones previas) en el olvido memorial sin causar repercusión alguna, pero la publicidad que se ha ido haciendo pública acerca del mismo solicita cierto criterio crítico y por ende imposibilita dicho supuesto irrelevante; siendo una película indudablemente denodada y disfuncional, la excentricidad, violencia y desviación anunciadas como los tres pilares básicos a partir de los cuales se desarrolla la historia efectivamente están presentes pero fatalmente combinados, conformado una mezcla de repulsión y sopor que poco o nada facilitan la concepción de argumentos positivos, generándose solamente una indeseable sensación, la de la más frustrante desesperación, pues el clásico ritmo coreano (forzosamente lento) es llevado hasta el extremo más insoportable para tratar de transmitir al espectador los pareceres cafres que albergan la producción y suscitar artificialmente en el mismo una descolocación total, objetivo que en absoluto se alcanza en el sentido que se pretende.
Jung (Jae-hyeon Jo, grandiosamente cumplidor aunque patéticamente desdibujado) es el propietario de una morgue, lúgubre emplazamiento en el que deja volar su imaginación mientras cumple con sumo rigor las exigencias que la profesión a la que se dedica exige; presentando una descomunal y característica joroba (representativa de la monstruosidad que la deshumanización implica) lleva a cabo, con estricta delicadeza, las más variadas tareas laborales (limpiar meticulosamente los cuerpos de los difuntos, asegurarse de que el lugar permanezca impoluto, maquillar los cuerpos sin vida que yacen en sus ataúdes…), así como dedicaciones paralelas de índole ilegal (flirtear con drogas tanto blandas como duras, facilitar relaciones sexuales a terceras personas a cambio de dinero…).
La vida de Jung no resulta especialmente placentera, suponiendo sus peores relaciones las que mantiene con su madre (distante y carente de afecto) y su pareja (Park Ji-a, sobresaliente salvo en los momentos de máxima tensión), la cual es a su vez su transexual hermana carnal (condición corporal que será dramáticamente debatida e injustamente crucificada durante el transcurso de la cinta); haciéndose insostenible la situación paulatinamente y generándole un sentido de incontrolable desasosiego, solamente parece ser capaz de desconectar con la realidad y apaciguar su sufrimiento con su pasión por los muertos (con los que comparte desafortunados vicios y confesiones varias), sintiéndose junto a ellos verdaderamente realizado.
Cuando parece encontrar la estabilidad que siempre ha ansiado, Jung descubre que las personas que le rodean también albergan sus propias inquietudes y temores (especialmente relevantes en el caso de los seres queridos), interfiriendo en su insustancial aunque subjetivamente plácida existencia y propiciando que deba involucrarse socialmente en numerosos asuntos de su incumbencia, algo que siempre ha tratado de evitar (sosteniendo que no hay mayor soledad que la compañía banal); necrofilia, violaciones y sórdidas situaciones irán sucediéndose hasta desembocar en el trágico (aunque esperado) final urdido por el atrevido aunque aborrecible director, en el que la ironía y el cinismo mantenidos hasta dicho instante se radicalizan.
La tormentosa y desmesuradamente enrevesada intríngulis que subyace tras la trama resulta en su esencia interesante como pocas, aunque al verse desvirtuada por la constante reducción de cualquier tipo de situación al aspecto meramente sexual, se traduce en la forzosa añadidura de personajes secundarios que poco aportan a la historia (el motorista cuyo rostro permanece en el anonimato por portar el casco hasta el tramo final es un claro ejemplo de ello, acostándose con una recientemente acicalada difunta tras derramar las oportunas lágrimas por la muerte de su madre, de cuerpo presente mientras realiza el acto sexual, significativamente explícito en relación con la conclusión fílmica pero prescindible de ser plasmado en los compases iniciales); es una auténtica lástima que el filosófico desenlace (elaborando durante todo el filme mientras desconcertantes sucesos van resolviéndose) se vea entorpecido por excesivas recurrencias simbólicas que se resumen en la imposibilidad de concebir lo bello sin lo monstruoso, el bien sin el mal, la vida sin la muerte, mensaje para el cual no era preciso (ni aconsejable a tenor de la composición manifestada) emplear la ingente cantidad de representaciones de las que curiosamente el autor presume.
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