Upstream Color (2013)

 

SINOPSIS

Una mujer que ha sido secuestrada topa con un hombre. Ambos se dan cuenta de que parecen ser víctimas del mismo experimento. Los dos buscarán un lugar en el que poder reconstruir sus vidas. Éxito rotundo en el último festival de Sundance, Upstream Color sorprende por su atmósfera profundamente sugerente y por su imaginativa y compleja construcción narrativa.

 

 

CRÍTICA

El segundo largometraje de Shane Carruth prometía no defraudar y así ha sido merceda poseer una fotografía impecable, una banda sonora envolvente y una historia que rebosa emoción pero, aunque en un principio no se observe ningún problema, hay uno y bien gordo, el método narrativo empleado, y es que la costumbre lineal que se da en el cine comercial (por la cual el espectador común descarta visionar propuestas sumamente interesantes al no respetar dicho estándar) en la que abundan los primeros planos explicativos y el abuso explicativo de la trama (todo un insulto para la inteligencia que lejos de ser mal considerado se agradece al no tener que usar las neuronas para hallar respuestas) no se da en Upstream color, escaseando en ésta los diálogos y primando los silencios (así como los sonidos ambientales, por lo que cobra especial relevancia el sonido envolvente del cual está provisto una sala de cine, siendo propicio en su defecto disponer de unos buenos auriculares para proceder al visionado doméstico) en sustitución de inservibles palabrerías para vertebrar la historia; cabe indicar que se trata de una obra desbordante, abstrusa y muy compleja a nivel estructural, un rompecabezas en el que faltan la mitad de las piezas (de hecho las pocas que se van atisbando apenas parecen encajar y se desvanecen por momentos), poniendo a prueba los cinco sentidos (e incluso un sexto si existiera) para poder retener la mayor cantidad de detalles posibles y aun así es muy probable que la mitad de la intríngulis pase sin tan siquiera darse cuenta, por lo que es recomendable, si se tiene la oportunidad, verla una segunda vez en aras de entenderla (y apreciarla) como es debido, pues la memoria es selectiva y elimina por defecto todos los fragmentos que no se han podido interpretar (puede que porque hasta el final no se tiene toda la información necesaria para fraguar conjeturas o simplemente por falta de atención), facilitando la revisión la percepción de detalles que una vez captados parecen obvios pero que en una primera ocasión pasaron completamente por alto.

El estadounidense dirige, escribe, produce, edita, se encarga de la fotografía y de la banda sonora e incluso coprotagoniza un filme tan atípico como lo es la disparidad de labores mencionada (sorprendente el resultado en cada uno de los campos es satisfactorio e incluso impecable, en especial en cuanto a montaje se refiere), atrevida asunción de la que se vale para dotar de más personalidad si cabe (la premisa es de por sí llamativa) a una obra contada de manera elíptica con un insistente enfoque móvil y plano detalle tanto de exteriores como de espacios abiertos que desorientan al no saber si quieren transmitir algo más que la imagen en sí misma (el dinamismo mencionado se evidencia en el hecho que la mayoría de microescenas no abarcan más de tres segundos), no guardando aparente conexión las situaciones entre sí (están mezcladas y en muchas ocasiones el guión no se corresponde donde es insertado) aunque logrando algo casi milagroso, un clímax brutal que atrapa, desconcierta y seduce durante todo el metraje; la sensación que suscita tan original recurso es doble, perturbador y asombroso, y es que el estilismo presentado parece no partir de referencias cinematográficas (es más, puede ser fácilmente una influencia para todos aquellos que habrán de sucederlo), siendo una más que recomendable experiencia visual que conseguirá el cariño de los masoquistas amantes de los desafíos al cumplir con creces las expectativas generadas (cabe recordar que se trata de cine independiente, pero de muy alto alcance), siendo realizadores como éste los que necesita la sociedad actual (muchos discreparán de tal afirmación pero no podrán rebatir la atractiva alternativa fílmica que supone dar una oportunidad a nuevos talentos que no se limitan a seguir las pautas preestablecidas y arriesgan sin mesura evitando pensar las consecuencias que ello pueda implicar, tanto buenas como malas).

Un misterioso coleccionista de gusanos de seda con una malformación en la cabeza consistente en emitir su rostro una luz igual de brillante que la del astro solar (al menos ese es el motivo que da por el cual nadie puede mirarle a la cara) obsesionado con los poderes curativos y transformadores de éstos (Thiago Martins, inquietante aunque limitada resulta su aportación), cuya mayor afición es la de utilizarlos para hacer infusiones e introducirlos en pastillas para traficar no con drogas sino con dichos diminutos seres vivos (no se aclara si para lucrarse haciendo creer a sus clientes que contienen sustancias perjudiciales para la salud o porque los mismos se los solicitan expresamente), asegura con total firmeza que dos ejércitos, el hambre y la fatiga, se aproximan inexorablemente para azotar a la raza humana sin piedad, motivo por el cual decide recluir (sería formidable poder concretar más pero la rareza de los acontecimientos lo impide) a una joven dueña de una tienda especializada en el diseño de carteles (Amy Seimetz, maravillosamente pletórica) con el fin de enseñarla diversos conceptos existenciales; cuando la aprendiz empieza a cobrar la consciencia de nuevo (se presupone que la ha perdido en algún instante sin saber cómo) apenas recuerda lo sucedido y la desvelan que ha sobrevivido a la tercera fase de un cáncer endometrial, inexplicables sucesos que por más que se esfuerza en esclarecerlos no lo consigue, quimérico objetivo al que la ayudará un administrador de empresas cuya vida transita entre el trabajo y los hoteles en los que se hospeda día sí día también (Shane Carruth, complicada catalogación a atribuirle pero en cualquier caso positiva) con el que coincide en un momento concreto a raíz de citarse para solicitarla un encargo, floreciendo entre ambos una relación llena de palabras vacías que dan lugar a engaños por agradar y confusiones memoriales (no saben con certeza lo que realmente le ha sucedido a uno y otro) a las que encontrarán respuestas moviéndose por atracciones instintivas y así, paranoicos y hostiles, comprobar que trazar un símil entre ellos y los gorrinos no es tan descabellado, pues las crueldades e injusticias que padecen diariamente, así como el restringido hábitat de subsistencia del que les es permitido disponer, es equiparable al de tan sucias pero a la vez cuidadosas criaturas, y es que el ciclo vital que dictamina la naturaleza los podría convertir en organismos tristemente inmortales.

Nueve años han transcurrido desde que Shane Carruth debutara con la laberíntica Primer y ese mismo espacio temporal ha tenido que pasar para que regrese a la gran pantalla el mismo para, sin dejar de ser fiel a su estilo e insistir en el esfuerzo de ofrecer experiencias diferentes, alejarse del juego de viajes temporales de aquella (tremendamente criticada por no ser en ningún momento ni clara ni concisa, siendo esa precisamente la razón primordial que cautivó a quienes les encantó al ser completamente subjetiva la lectura de la misma) para reinventarse y posicionarse más próximo a la candidez que a la frialdad (posiblemente en esto también difieran los defensores y detractores), haciendo un trueque entre las matemáticas y las ciencias naturales que se aproxima más al disfrute mayoritario (parece que así ha sido a juzgar por la ovación que le brindó el público asistente al Festival de Sundance 2013) sin dejar de ser peculiar el modo de operar del autor, apostando por un producto más orgánico, menos mecánico e infinitamente más humano (no supone desvelar nada relevante adelantar que se trata de una llamada tanto al cuidado como a la valoración animal); todo lo que sucede parece tener un doble sentido (en no pocos compases es indescifrable esa intención, como es el caso de abusar de frases novelísticas) y, como en su anterior trabajo, la película no ofrece entretenimiento propiamente dicho sino la oportunidad de estar activo y abandonar la pasividad que comúnmente se adopta al visionar una cinta, siendo de hecho solamente así como se podrá (con mucha suerte) bucear en sus excelsas imágenes y capturar el instante mágico que la haga perdurar en el tiempo, no pudiéndose discutir que son merecedoras de una mención especial tanto la solidez del guión (desde el punto de vista estructural) como la interacción entre los personajes (aun siendo pocos la importancia que cobran es prácticamente total), lo cual refuerza el sentido del término independiente en su más pura esencia sin aspirar a ser parte de nada superior ni tan siquiera de convertirse en una obra de culto (si bien es cierto que podría considerarse como tal sin demasiada problemática ello no conviene).

Un resaltador de la cotidianeidad, esa podría ser la más extraña pero oportuna definición (y a su vez descripción de las virtudes que contrae) de un director que sabe maravillosamente cómo magnificar cada pequeña acción que con habitualidad realiza una persona de a pie (el simple aumento visual de una jarra de agua con hielo o una bolsa de basura rota resulta hermoso), un hecho que lejos de ser sencillo es más dificultoso si cabe que tratar de innovar de algún modo u otro, aunque ello supondrá un verdadero suplicio para aquellos que no saben apreciar las enrevesadas lindezas que se plasman en el filme (con el objetivo de evitar crear más confusiones de las que ya genera la sinopsis se ha evitado recurrir a nombres y exactitudes situaciones a lo largo del texto escrito anteriormente a modo de síntesis, tratando de desarrollar a grandes rasgos lo que la trama contrae), inapreciables matices que alteran por completo el significado de lo que se creía banal para convertirse en algo grandioso, cuasi divino (que un leve movimiento de manos se pueda percibir como orgásmico no merece otro adjetivo); Upstream color es ciertamente una producción a la que merece (no podría llegar a cuantificarse tanto) la pena concederla una oportunidad si lo que se busca es disfrutar de una técnica brillante, un montaje expresivo, una narrativa oblicua, una ficción especulativa oscurantista y un descubrimiento actoral sin precedentes (para ser más exactos el de la actriz protagonista aunque el del integrante masculino, es decir, el propio responsable, también alcanza un alto nivel), de lo contrario, sus fragmentaciones y misterios, que la ofrecen tanto como un cúmulo de pequeñas ideas como un juguete filosófico de infinito uso que desconcierta, estimula e hipnotiza a partes iguales al tratarse de una pieza más experimental que convencionalmente conformante, desesperarán hasta límites creídos inexistentes hasta entonces.

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FICHA TÉCNICA

Título original: Upstream Color
País: Usa
Año: 2013
Duración: 96 min.
Productora: ERBP
Director: Shane Carruth
Guión: Shane Carruth
Reparto: Amy Seimetz, Shane Carruth, Andrew Sensenig, Thiago Martins, Juli Erickson, Ted Ferguson, Frank Mosley, Charles Reynolds, Kerry McCormick, Karen Jagger, Jack Watkins, Jeff Fenter, Cody Pottkotter

 

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