V/H/S (2012)

Un grupo de desechos humanos, cuya ocupación es la de incordiar y dificultar la vida a cuantas personas puedan grabando sus atrocidades en cintas de vídeo a cambio de una mísera suma de dinero proveniente de sus enigmáticos contratantes, se disponen a irrumpir en una casa deshabitada con el objetivo de recuperar una cinta filmada en VHS (anticuado formato carente de valor en la actualidad pero albergador de irrepetibles obras añejas) desconociendo tanto su contenido como su autor; indagando encuentran un lugar repleto de filmaciones, grabaciones que darán forma a la trama central de la producción (la descrita hasta el momento Cinta 56, dirigida por Adam Wingard) a través de su visionado por parte de los citados delincuentes.

 Reunir en un mismo trabajo a Adam Wingard, David Bruckner, Ti West, Glenn McQuaid, Joe Swanberg y Radio Silence era una hazaña que parecía impensable hasta la llegada de V/H/S, una curiosa propuesta estadounidense de imprescindible visionado que narra cinco historias de corta duración (a las que cabe sumar la central, aunque ésta únicamente sirva de excusa para unificarlas en una misma trama) tan interesantes individualmente como distantes entre ellas, hecho que hubiese sido preciso modificar para conformar una experiencia completa y coherente (la inconexión es tal que nada tienen que ver conjuntamente), aunque de esta manera el público se encuentra ante la posibilidad de disfrutar de cinco pequeñas aportaciones arto solventes plagadas de tensión y terror; sin embargo, la objetividad empleada en la totalidad del metraje no resulta del todo agradable, pues se convierte en nefasta y denunciable merced a la pésima calidad visual de la que goza aún dotando de mayor credibilidad y efectividad de transmisión de sensaciones al filme, ya que los factores negativos citados impiden deleitarse con una sucesión de acontecimientos que se tornan desconcertantes en cuanto a claridad y mareantes en lo referente a la visceralidad mostrada (abundante pero lastimosamente aprovechada en ciertos compases).

La primera de ellas, Noche de aficionados (de David Bruckner), cuenta las peripecias de tres calenturientos amigos que planean divertirse toda la noche a costa de inocentes chicas dispuestas a mantener relaciones sexuales con ellos, conquistándolas mediante sus encantos drogadicticos, viéndose inmersos en una vampírica aventura adolescente algo ridícula y jurásica pero disfrutable enormemente en su tramo final (la frenética huída del último superviviente es agónica a la par que primorosa desde su vertiente artística); la segunda, Segunda luna de miel (un desdibujado Ti West es el responsable de la misma), se centra en una joven pareja que recorre la carretera en busca de nuevas sensaciones inmortalizando sus andanzas para recordar dicha escapada romántica, topándose con una misteriosa figura adivinatoria que les augura un cercano encuentro con alguien conocido promovido por el interés, motivo por el cual el sentido de la amabilidad distará mucho del de ellos y se convertirá en un presagio altamente vinculado al aterrador desenlace que les depara el destino.

Cuatro dispares personalidades que únicamente comparten el intervalo de edad considerado como juvenil se dirigen al epicentro de un frondoso bosque sin propósito aparente, cuya naturaleza esconde mucho más de lo que muestra (inexplicablemente la cámara recoge dicha realidad oculta), una metafórica relación directa entre las drogas, el miedo y las alucinaciones que éstos dos elementos pueden suscitar de la que se vale Glenn McQuaid en Martes 17 para mostrar, de manera inconcluyente y parcialmente pésima, una obra que encuentra especial repulsión en sus actores; Joe Swanberg simboliza en Lo mal que lo pasó Emily cuando era más jóven su particular visión de las relaciones basadas en cámaras web, protagonistas de una curiosa relación cibernética que por parte de la integrante femenina sufre visiones fantasmagóricas, extrañas presencias (los sucesos paranormales no sorprenden lo más mínimo pero atemorizan sin remedio) que últimamente suelen acechar su apartamento y que encontrarán una explicación ínfimamente mezquina en la versión más mística de la esquizofrenia, un desenlace decepcionante para una evolutiva genialidad direccional.

10/31/98, de Radio Silence (Matt Battinelli Olpin, Tyler Gillett, Justin Martinez y Chad Villella), es la última propuesta de esta múltiplemente elaborada cinta, la cual encuentra su existencia en una monumental fiesta de Halloween celebrada en una casa desconocida, emplazamiento al cual han sido invitados cuatro chicos dispuestos a pasarlo en grande careciendo de conocimiento alguno sobre sus moradores y demás personalidades convidadas; la preciosa morada resultará ser una auténtica casa de los horrores en la que la sobrecogedora atmósfera no será el único factor que incida sobre el cuarteto, sino que el gigantesco y satánico hogar aguarda silencioso el momento de poder nutrirse de los recién llegados, convirtiéndose en la más clásica y sencilla obra de entre las cinco (a pesar de ello, los efectos especiales abundan, hecho que contraproducentemente consigue un resultado todavía mejor del que hubiera acontecido sin ellos).

Los distintos directores, todos ellos empleando las mismas escuetas herramientas tecnológicas y haciendo valer la mínima duración (similar a la de un cortometraje en cada uno de los casos, hecho que facilita la intensidad argumental enormemente sin perder sentido alguno ni prescindir de la ineludible sensación de agobio constante) como mejor alegato en un festival de misticismo, sexualidad y violencia (las escenas explícitas no abundan pero su contundencia y atrevimiento son sublimes), tres características que reúnen cada una de las crónicas plasmadas, se muestran fieles a sí mismos y aglutinadores de numerosos tópicos del género al mismo tiempo; unas actuaciones infernalmente convincentes (aún careciendo totalmente de popularidad y reconocimiento público) y la mínima labor de postproducción avalan un producto singular a la par que creíble, no tanto por lo tratado en el mismo sino por la forma de llevarlo a cabo, tan genuina como recurrentemente empleada de forma errónea al suponer la perfecta ocasión de realizar un trabajo de bajo coste aún sin medios (el problema suele residir en que la idea también carece de valor), siendo por lo tanto una de las películas más prometedoras de los últimos tiempos que lejos de defraudar consigue entretener y abrumar de forma difícilmente explicable.

 

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