Vinieron de dentro de… (1975)
En el edificio Starliner empieza a contagiarse una extraña enfermedad, provocada por un parásito que primero anida en el estómago de las personas para posteriormente emerger violentamente al exterior por la boca o desgarrando la piel. El doctor Roger St. Luc y la enfermera Forsythe deberán luchar contra reloj contra una enfermedad que se extiende velozmente, y que impulsa a los contagiados, prácticamente, a “violar” a sus víctimas.
La primera película “oficial” de David Cronenberg es, en conjunto, algo más interesante que la posterior, “Rabia”, aunque indudablemente también acumule una cantidad apreciable de defectos: el director estaba inmerso en un evidente proceso de aprendizaje, aunque eso a los fanáticos del cine fantástico les de absolutamente igual a la hora de ensalzar películas felizmente.
“Vinieron de dentro de…” tiene una introducción interesante: unas diapositivas muestran detalladamente el interior y alrededores del complejo de apartamentos Starliner, acompañadas de una voz en off que ensalza y endulza convenientemente las “virtudes” de ese lugar.
Este fragmento tiene indudables paralelismos con algunos momentos descritos en los libros de James Graham Ballard, desde los primeros hasta obras tan recientes como “Milenio Negro”, “Furia Feroz” o “Bienvenidos a Metro-City”, en las que adquieren gran protagonismo centros comerciales, asfixiantes urbanizaciones u otro tipo de “agrupaciones” de seres humanos, y las relaciones humanas que se establecen en esos lugares, resultando de todo ello un agresivo proceso de completa alienación que afecta a las personas que conviven en esos espacios fríos y, en el fondo, bastante deshumanizados.
Ese tono semi-documental, que hemos descrito líneas arriba, apenas va a tener continuidad estilística en el desarrollo del film que, en todo caso, si acerca sus imágenes al tono documental es más por el acabado amateur de las mismas que por otra razón, aunque Cronenberg será bastante coherente con respecto a ese inicio al dar paso a la primera secuencia narrativa propiamente dicha con una pareja que está interesada en ese complejo de apartamentos y a la cual acompañara en su visita el extraño gerente del mismo (y con ellos el espectador).
Gracias al montaje, Cronenberg alterna las secuencias descriptivas de ese lugar “moderno” con otras que muestran a diversos personajes y sus respectivos actos, que son bastante desconcertantes y inquietantes, en algunas de las habitaciones de ese mismo complejo. Con esa labor de construcción narrativa el espectador obtiene una información que los recién llegados al edificio Starliner desconocen, y eso permite que surjan unas ciertas expectativas, un cierto suspense, sobre lo que vendrá a continuación. Además, esa bifurcación en el montaje también permite obtener dos visiones distintas del lugar: una relajada y aparentemente placentera; la otra enfermiza y turbadora.
Relativo a esa “segunda” percepción del complejo de apartamentos, vale la pena mencionar dos interesantes detalles visuales: un tal Nicholas Tudor (Allan Kolman) es presentado por Cronenberg en la intimidad de su piso, que comparte con su mujer Janine (Susan Petrie); concretamente en el lavabo, mientras se cepilla los dientes; pero lo interesante es que el personaje sufre un repentino y breve dolor en el estómago y Cronenberg filma al personaje desdoblado gracias a un espejo. En segundo lugar, un hombre de avanzada edad deja inconsciente a una adolescente, la desnuda y la sitúa sobre una mesa; luego abre el estomago de la chica con un bisturí y vierte una especie de ácido en su interior: este momento, aparentemente tan explícito, está filmado en plano americano, con el hombre frontal a cámara, frente a la mesa, y la chica estirada sobre la misma, cuyo cuerpo queda completamente de perfil en el plano, con lo que Cronenberg aprovecha el encuadre y la perspectiva que este le facilita para sugerir y en ningún caso mostrar las acciones que el hombre emprende con el cuerpo de la chica.
Los momentos citados, aparte de revelar en Cronenberg a una cabeza pensante con capacidad para la creación visual, ya que ambos planos expresan con fuerza una idea (aunque en el caso del desdoblamiento en el espejo el espectador no pueda “crear” un sentido para el plano hasta más avanzado el metraje), generan cierta tensión, que es lo que interesa al realizador.
Pues bien, esas dos secuencias, alternadas con la secuencia comentada de la visita descriptiva del complejo, crean ya un tono muy concreto para la narración y acaban por estar interrelacionadas: más avanzada la película sabremos que el supuesto “asesino” en realidad estaba intentando acabar con algo peligroso que anidaba en el interior de la chica; que la chica estaba contagiando con un extraño parásito a los hombres de medio edificio por que mantenía relaciones sexuales con muchos de ellos; que Nicholas Tudor es filmado desdoblado en el espejo por que es uno de los infectado por la chica (es decir, ya no es el que era); y que, por supuesto, los recién llegados al complejo corren un grave peligro.
Más adelante, la enfermera que flirtea con el Dr. Roger St. Luc (Paul Hampton) es atacada por uno de los infectados: mediante un encuadre fijo vemos como un tipo llama a la puerta del piso de la chica; ésta abre y pregunta en que puede ayudar; el tipo no contesta y empieza a mostrar unos síntomas anormales; a partir de este momento se inicia un movimiento de cámara: un travelling de retroceso que acompaña a la chica en su movimiento, que se asusta y intenta retroceder hacia el interior del piso cerrando la puerta a su paso; tras un forcejeo, el infectado logra entrar. Cronenberg logra dotar de tensión y nervio a un momento que claramente lo requiere, gracias a que es capaz de marcar los cambios en el drama mediante ideas sencillas, en este caso al dotar de un enérgico movimiento de cámara a un plano inicialmente estático.
Lamentablemente, no todo está a la misma altura en esta película, y una vez cruzada la “frontera” de la primera media hora de metraje, el film muestra con fuerza redoblada sus aspectos más negativos, que ya estaban presentes, aunque más apaciguados, en ese primer fragmento. Los actores están francamente mal, y los que están algo mejor no pasan de la mediocridad, y probablemente este problema sea achacable a la dirección de actores de Cronenberg, como dejan claro algunos momentos; ej.: la secuencia con la mujer gorda siendo atacada por uno de las parásitos en un subterráneo, francamente mal filmada y peor interpretada; o el penoso momento que muestra a dos niños recorriendo un pasillo del edificio Starliner mientras se dedican a gritar cosas a través de los pomos de las puertas de cada piso, hasta que dan con una puerta que muestra el paso viscoso por su superficie de otro de los bichos, con el resultado de que los pequeños salen huyendo despavoridos, aunque en realidad las interpretaciones sean de chiste…
Muchos momentos tienden al uso de ángulos de cámara exagerados, que despistan al espectador más que contribuir a la atmósfera del film; la fotografía no es demasiado relevante en un sentido artístico, no hay ideas de iluminación o empleo del color destacadas, aunque hay que reconocer que la fealdad de la imagen contribuye a aportar por sí sola cierto carácter documental; el sonido apenas está empleado con sentido dramático (aspecto que Cronenberg ha empleado muy bien en otras películas suyas); de la banda sonora, mejor ni hablar, de lo mala (no mediocre) que resulta.
Hay otra tendencia en la película que puede despertar cierta simpatía: el montaje malintencionado de ciertas secuencias, como aquella en la que el Dr. St. Luc y Rollo Linsky (Joe Silver) mantienen una conversación telefónica acerca de los parásitos, al mismo tiempo que la enfermera Forsythe (Lynn Lowry), que flirtea constantemente con el doctor, se desnuda muy provocativamente delante del profesional, tras un frustrado intento de ligue. Las palabras del interlocutor, que describen la forma de proceder de los parásitos, adquieren un curioso sentido hipersexualizado al estar montada la banda de sonido en los planos que muestran el desnudo de la chica y las miradas del doctor al cuerpo de la misma; Cronenberg crea un momento demencial, hacia el final de la secuencia, cuando muestra al interlocutor (al que siempre filma en primer plano, con presencia en primer término del encuadre, a la izquierda del mismo, de una pecera) hablando seriamente mientras en la pecera asoma una pequeña serpiente que se contonea «lascivamente»…que cada uno saque sus propias conclusiones.