Watchmen (2009)
Estamos en los años 80. Nixon aún es Presidente, la Guerra Fría está en su apogeo y los superhéroes, que antes habían sido respetados, ahora son perseguidos por la ley. En este mundo alternativo, un día aparece muerto uno de ellos, que trabajaba para la CIA: el Comediante. Su amigo Rorschach, el único héroe enmascarado que queda en activo, emprenderá la investigación de su muerte, que oculta algo mucho más importante de lo que parece a simple vista.
Primero de todo es necesario hacer una aclaración personal: no siento aprecio por la dos películas dirigidas por Zack Snyder antes de “Watchmen”, dos éxitos de la magnitud de “Amanecer de los Muertos” (Dawn of the Dead, 2004) y “300” (Idem, 2006). En segundo lugar, soy de los que piensan que la novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons es una obra extraordinaria y muy arriesgada, que emprendía con grandes dosis de talento y un extraordinario arrojo una reinterpretación del lenguaje narrativo propio del cómic. Y por último: no siento ninguna adicción y/o dependencia del término “obra maestra”, aplicado al cine actual o al de tiempos pasados, por lo tanto no voy a tener cargo de conciencia por arremeter con sentido común contra el calco visual y narrativo perpetrado por Snyder y su equipo de ¿guionistas?.
La película empieza con una secuencia, la que narra el asesinato de Edward Blake (Jeffrey Dean Morgan), nombre real del héroe urbano “El Comediante”, y continua con unos títulos de crédito que resumen, de manera harto curiosa, las andanzas, a lo largo de los años, de los “Watchmen”: ambas secuencias, en su formulación visual, son cosecha del director Zack Snyder, por más que en el cómic de Moore y Gibbons también se mostraba, de forma sesgada, el asesinato de Blake, y algunos elementos de los créditos, como el internamiento de “Polilla” en un centro mental, se mencionaban de pasada.
En esos dos momentos, como mínimo, se puede apreciar la presencia o ausencia de talento propio que tiene Snyder. El problema empieza cuando al finalizar los títulos de crédito el trabajo original del director brilla por su ausencia y sale a relucir la apropiación exagerada de ideas ajenas, que afectan tanto a los diálogos (abundantemente traspasados tal cual a la versión cinematográfica) como a la labor de planificación (el diseño de página y correspondientes viñetas en el cómic) que en muchos momentos mimetiza encuadre a encuadre las viñetas del original.
Para cualquiera que haya leído la historieta original (y que la recuerde), esta tendencia, que también se daba en un grado similar en la adaptación de “300”, es evidente.
Apenas hay diálogos cambiados con respecto al original, y algunos eran tan peculiares en el cómic que es casi imposible olvidarlos (las diversas lecturas del diario personal de Rorschach, Moloch hablando acerca del cáncer que padece, Laurie Jupiter definiendo el sabor de los dedos del Dr. Manhattan en su boca, y muchos otros). Esto no resultaría especialmente molesto o criticable, al fin y al cabo se práctica también con las adaptaciones cinematográficas de novelas, si Snyder hubiera decidido apropiarse del mundo de Moore y Gibbons y reformularlo.
Snyder parece tomar el original directamente como storyboard para la película, en una operación camuflada de respeto a la obra original y a los fans de la misma, que oculta que la satisfacción que se dará a estos últimos es el camino ideal para lograr unos altos ingresos en taquilla. Alan Moore, con intuición, y plenamente consciente de lo que se buscaba con la película, se desentendió del proyecto hasta el punto de no querer aparecer acreditado en el mismo.
Como dedicarme a enumerar los parecidos entre el cómic y la película sería aburridísimo, creo que lo más apropiado es destacar algunas ideas atribuibles a Zack Snyder que si me parecen interesantes.
Una de ellas es el uso de una música de tonalidades religiosas en la secuencia que sintetiza el accidente que transforma a Jon Osterman en el Doctor Manhattan. La música expresa el cambio que se da en el personaje: de humano normal y corriente pasa a ser una especie de dios.
La elección de Billy Crudup para el papel de Osterman me parece de lo más acertada, y además resulta, en su muy breve aparición de carne y hueso en la película, uno de los actores más destacables del elenco, algo que no ocurre con las pésimas elecciones de Matthew Goode para interpretar a Ozymandias (un papel que requiere de alguien capaz de sugerir una inteligencia muy por encima de lo normal y que además posea un físico muy atlético: el actor no tiene ninguna de las dos características y además convierte a un personaje memorable en un malo de opereta), o de Jeffrey Dean Morgan como El Comediante (Moore y Gibbons se inspiraron en Clark Gable para el personaje, y una de las opciones que se barajaban hace unos años para interpretar al personaje era Arnold Schwarzenegger).
Otro par de momentos que funcionan, todo y ser meras trasposiciones a la imagen en movimiento de las viñetas del original son, por un lado, la secuencia en la que Búho Nocturno (Patrick Wilson) y El Comediante se enfrentan a un grupo de manifestantes en la calle, y por otro, la secuencia onírica en la que Búho Nocturno y Espectro de Seda II (Malin Akerman) se desnudan el uno al otro con el trasfondo visual de una explosión nuclear.
La primera de las secuencias, si por algo destaca, es por lograr que el efectismo habitual de Snyder (con profusión de manipulaciones en la velocidad de la imagen) dote de contundencia y estilizados movimientos a El Comediante en su alarde personal de fuerza y violencia. La segunda, simplemente, por resultar bastante acertada y cercana a la visión que Moore y Gibbons tenían del mismo momento en el cómic.
Dejando de lado estos pequeños detalles positivos, y que son mínimos para una película que dura 165 minutos (el DVD durará 220 minutos, según dicen), conviene hace hincapié en decisiones trascendentales para terminar de tumbar a la propuesta de Snyder. El personaje de Rorschach, absolutamente fundamental para comprender la historia, está completamente desdibujado en la película. La máscara que lleva el personaje simboliza, de algún modo, el concepto de la moral que tiene el mismo: formas simétricas en constante movimiento y dos colores opuestos, el blanco y el negro, que nunca se mezclan. El uso de esos colores obedece a la moral estricta y carente de gama de grises que profesa Rorschach, y un aspecto tan sencillo como este, que en la película permanece desaparecido, por fuerza tiene que hacer un tanto incomprensibles los actos del personaje: de este modo se vuelve, simplemente, un ser peculiar que lleva un máscara rara y poco más. El conflicto más importante de la película tiene lugar entre Rorschach (al que le gustaría ver un mundo mejor, pero gracias a un cambio natural, auténtico, en los seres humanos) y Ozymandias, el único capaz, para alcanzar un objetivo similar al deseado por Rorschach, de tomar una “decisión final” que genere un gran miedo paralizador en las personas, además reforzado por el uso simbólico (como elemento clave para aterrar a la población) y erigido sobre la mentira que para alcanzar su propósito hará de la figura del Dr. Manhattan.
Mucho peor resulta que la descripción de la vida en un barrio y los pequeños conflictos que tienen lugar entre sus habitantes, las violentas acciones constantes que tienen lugar a manos de bandas callejeras, o la constante aparición de elementos visuales (símbolos, carteles, furgonetas con el símbolo de una extraña compañía), o aún más importante, la delirante descripción del proceso que lleva a cabo uno de los personajes del cómic para lograr sus fines, hayan desaparecido casi por completo, por lo que la propuesta deja de ser misteriosa y intrigante para convertirse en una mera acumulación de personajes peculiares, que hacen cosas no menos peculiares, y secuencias de acción, efectos especiales y demás.
Dos de los efectos especiales más importantes, los que dotan de vida al Dr. Manhattan y a la mascota de Ozymandias, Bubastis, resultan bastante decepcionantes, siendo el primero de ellos de una importancia primordial.
En definitiva, la adaptación de “Watchmen” ocuparía un extraño lugar situado a medio camino entre la triste adaptación de “La Liga de los Caballeros Extraordinarios” y la medianamente interesante “From Hell” (adaptación que procedía a la eliminación masiva de elementos del original logrando con ello una historia mucho más sencilla pero también más cohesionada): dicho de otro modo, “Watchmen”, versión Zack Snyder, queda en tierra de nadie. Por supuesto, generará unos buenos ingresos para las arcas de sus responsables.
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